Crítica ‘La Sociedad de la Nieve’ (Festival de Venecia)

La Sociedad de la Nieve

★★★★/★★★★★

Por Cristiano Bollá

El 13 de octubre de 1972 se estrelló en la Cordillera de los Andes un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, que en aquella época se encontraba en una situación financiera tan desesperada que había empezado a alquilar sus propios aviones para vuelos chárter internacionales en Sudamérica. A bordo viajaban 45 personas, 16 de las cuales lograron sobrevivir 72 brutales días de hambre y frío. Su historia ha inspirado varias historias en los últimos 50 años, la más reciente la película de clausura de la 80ª edición del Festival de Venecia: La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona.

Tras la primera Supervivientes de los Andes, una película mexicana de 1976 dirigida por René Cardona, y la más internacional Alive de 1993 protagonizada por Ethan Hawke, ahora es el turno del director español de Lo imposible y Jurassic World : el reino caído, de revivir una historia intensa, que contiene elementos dramáticos con un impacto empático inmediato. Basada en la novela homónima de 2009 escrita por Pablo Vierci, recorre los hechos casi filológicamente con un alarde cronológico que, sin embargo, no renuncia a tallar el espacio adecuado para un repaso más cinematográfico, emotivo y desgarrador.

De esta sociedad de nieve se presentan en primer lugar los protagonistas, el joven equipo de rugby y algunos de los demás pasajeros de aquel vuelo, que tuvieron que soportar y superar los límites de su propia humanidad para seguir aferrados a la vida. Como es bien sabido, uno de los aspectos más brutales de la catástrofe de los Andes es el canibalismo al que tuvieron que recurrir los supervivientes tras días y días sin comida en un lugar donde no existe la vida: una única, mortal y sublime extensión de blanco. Una necesidad cínicamente comprensible, pero en lo que Bayona se centra especialmente es precisamente en el dilema ético y moral de esta elección.

«Después, más que el dolor pudo el ayuno», escribió Dante Alighieri en el canto XXXIII del Infierno, aquel en el que, según algunas interpretaciones del verso, se dice que el conde Ugolino, exhausto por el hambre y el encarcelamiento, se comió los cadáveres de sus hijos. La victoria de los instintos sobre el dolor y la humanidad, por tanto, que en la película de Bayona también es tratada con cierta frialdad práctica con la que, sin embargo, es difícil no empatizar: por un lado los que se niegan hasta las últimas consecuencias a comer carne humana, por otro los que cuestionan los aspectos técnicos del acto.

El paralelismo también se sostiene teniendo en cuenta que tanto los hijos de Ugolino como algunos de los pasajeros se ofrecerían espontáneamente a los demás, una transubstanciación del amor y la amistad que también se subraya en uno de los pasajes más intensos que cita directamente la Biblia: «Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Juan 15:13). La Sociedad de la Nieve nunca se desvía de este aspecto romántico, nunca cede a ninguna insinuación de thriller de terror a la manera de El señor de las moscas u otros relatos en los que la bestialidad prevalece sobre lo humano. Una sociedad real, un asunto atroz en cuyo transcurso, sin embargo, nunca fallan ciertos principios de lealtad y humanidad.

Todo esto lo cuenta Bayona con su propia estética de director: ya sean árboles monstruosos en la habitación de un niño (A Monster Calls) o un terrorífico dinosaurio híbrido moviéndose en silencio por los estrechos pasillos de una mansión (Jurassic World – Fallen Kingdom), el director español es cada vez más el príncipe de los espacios cerrados, de la intimidad a la vez sobrecogedora y delicada. Su mirada en La Sociedad de la Nieve está hecha de primeros planos, de cuerpos amontonados entre los restos del avión, una proximidad extrema pero nunca verdaderamente claustrofóbica con los supervivientes, exhaustos no sólo por el hambre sino también por la desgracia, y particularmente brutales en la escena del accidente.

Su nueva película es un filme de supervivencia que inevitablemente pisa fuerte el pedal emocional, puntuado por una banda sonora firmada por un Michael Giacchino en estado de gracia y en parte autocitado hacia su propio trabajo anterior en -casualmente- Perdida. Épica trágica, cine de cuerpos y sentimientos: La Sociedad de la nieve está ya destinada a entrar en las filas de culto del género junto a títulos como Cast Away, 127 horas, Revenant o la propia Lo imposible, con la que Bayona exploró otra tragedia, la del tsunami del Índico de 2004.

 

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