Crítica: ‘La última sesión de Freud’

La última sesión de Freud

★★/★★★★★

Poco antes de su fallecimiento, y coincidiendo con la invasión de Polonia por parte de Hitler, Sigmund Freud invita al icónico autor C.S. Lewis a su casa para desarrollar un debate sobre la existencia de Dios. Explorando la relación única de Freud con su hija lesbiana Anna y el romance poco convencional de Lewis con la madre de su mejor amigo, la película entreteje pasado, presente y fantasía.

La batalla dialéctica entre Freud y Lewis que pone en imágenes La última sesión de Freud (una ficción que especula con cómo hubiese sido un encuentro entre ambos, ateo y cristiano respectivamente) es lo suficientemente estimulante para mantenernos atentos; quienes les ponen cuerpo y voz (Anthony Hopkins al psicoanalista, Matthew Goode al literato, autor de Las crónicas de Narnia), si bien afectados de una cierta grandilocuencia, defienden bien sus papeles; la ambientación es correcta.

El problema reside, como tantas veces ocurre en estos dramas biográficos o históricos de índole telefilmesca, en lo impersonal de sus formas: el segundo largometraje de Matt Brown (El hombre que conocía el infinito), adaptación de la obra teatral homónima del dramaturgo Mark St. Germain, es, cinematográficamente hablando, tan sobrio, académico y convencional que aburre.

En La última sesión de Freud se echan en falta expresividad, inventiva y  una mayor confianza en la capacidad pregnante de las imágenes, reducidas aquí a su función más elemental (y, con ello, conservadora): el mero registro de lo escenificado. Tampoco ayudan la acumulación de subtramas ni los saltos temporales, que entorpecen el relato y dificultan que, ciertamente aturdidos por el barullo narrativo, logremos conectar emocionalmente con lo que se nos cuenta.

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