★★★
Las vidas de Sing Sing tiene todo lo bueno y todo lo malo de las feel good movies. Este relato sobre un grupo de presos que encuentra la sanación en un taller de teatro formado en la cárcel es tan reconfortante, esperanzador y emotivo como ligeramente ingenuo, didáctico y azucarado. Aun con todos sus defectos, el segundo largo de Greg Kwedar narra de forma más que digna una historia sobre el poder sanador del arte (“actuar nos ayuda a procesar la realidad”, afirma en un momento dado uno de los presidiarios) que nos recuerda cómo la ficción puede enseñarnos, en tanto que ejercicio catártico, a afrontar mejor la vida, a abrazar nuestras vulnerabilidades, a (re)aprender a amar, a sanar heridas, a intentar hacerlo mejor la próxima vez. En términos de escritura y de puesta en escena, Las vidas de Sing Sing es un relato sólido, de hechuras clásicas y edificado sobre un guion de hierro, convencional en el mejor de los sentidos. Greg Kwedar se acerca con honestidad a los rostros de sus actores (entre los que, sin duda, destaca un apabullante Colman Domingo), imprimiendo una cadencia lírica a sus imágenes (intencionadamente rudimentarias y de una áspera, rugosa y muy bella textura), rehusando del naturalismo y filmando con aliento poético la belleza en mitad de una realidad sórdida. Recordándonos, a fin de cuentas, que, aun cuando la esperanza hace estragos, puede sernos concedida una segunda oportunidad.
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