★★★/★★★★★
Por Cristiano Bolla
A Michel Franco no le gustan los temas triviales: como declaró en la rueda de prensa previa al estreno de su nueva película Memory en la 80ª edición del Festival de Venecia, para él el cine no debe ser sólo entretenimiento y, de hecho, lo que busca es enfrentar al espectador a situaciones incómodas, que le empujen a enfrentarse a traumas y miedos.
Dos años después de Sundown, también presentada en competición en la kermesse lagunera, también esta vez hay una crisis existencial en el centro. Sylvia (una siempre creíble Jessica Chastain) es una madre que avanza penosamente por la vida arrastrando los traumas de su pasado como lastre en los pies. Sobria desde hace 13 años, es una madre demasiado presente en la vida de su hija y trabaja en un centro de día para adultos con enfermedades mentales. La puerta a su propio pasado se abre de nuevo cuando es seguida hasta su casa por Saul (Peter Sarsgaard), a quien Sylvia teme por que pueda tener tenga intenciones, hasta que descubre que el hombre en realidad padece demencia y ni siquiera recuerda cómo ha acabado allí.
Sin embargo, lo que complica las cosas es el hecho de que Sylvia ve en él a uno de los posibles protagonistas negativos de un episodio que la marcó y tal vez arruinó para siempre cuando era niña. Entre ambos se desarrolla una relación complicada: sus diferencias representan un obstáculo inicial para la empatía mutua, pero con el tiempo es precisamente la posibilidad de ver en el otro a personas desconectadas de su pasado lo que los acerca inesperadamente. Él no puede recordar, ella sólo quiere olvidar: dos perspectivas diferentes sobre el tema de la memoria que se convierten en centrales en la película de Michel Franco.
Frente a los títulos más recientes de su producción artística, a saber, Nuevo Orden (Gran Premio del Jurado en Venecia 77) y la citada Sundown, en el caso de Memory la novedad es que parece posible una forma de salvación para los personajes, de superación de sus traumas y un renacimiento habitualmente negado a sus protagonistas, retratados en medio de sus propias crisis y sin salida. Una especie de Casi amigos en clave romántica y a la vez tremendamente cínica, que a veces pierde efectividad pero nunca interés y matices psicológicos.
Lo que mejor hace Franco, lo que constituye la fuerza de su visión como director y lo que le hace especialmente apreciable, es la forma en que aborda los aspectos más crudos y dramáticos de sus historias: ya sea física o verbal, la violencia siempre es retratada desde una cierta distancia, con una cierta frialdad que resulta alienante por la forma en que está filmada pero no por su intensidad. En Nuevo orden, así sucedía con los asesinatos ocurridos durante el levantamiento armado en Ciudad de México, mientras que en Sundown una cierta narcotización a la violencia era la seña de identidad del protagonista interpretado por Tim Roth.
Con Memory, Franco deja de lado la representación gráfica de los horrores para centrarse en los miedos pasados, presentes y futuros. La escena de la madre, en la que Jessica Chastain desata todo el peso actoral retenido hasta ese momento, encaja perfectamente en la sensibilidad artística de un director poco interesado en que el espectador se acomode y más bien empeñado en estimularlo.
Menos oscura, incluso dulce en su tragicidad romántica, Memory es un relato sobre dos vidas incapaces o no de ajustarse a las expectativas y perdidas en las mallas de la sociedad. Un planteamiento que abre nuevas perspectivas para el futuro de la carrera del director, una de las miradas autorales más interesantes de estos años.
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