Crítica: ‘Mi soledad tiene alas’: «Marcharse, irse, huir: aquí son sinónimos»

Mi soledad tiene alas

★★★½/★★★★★

Por Elena de Torres

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego
Pero creo que mi soledad debería tener alas

La carencia, Alejandra Pizarnik

 

Parece como si el malditismo propio de la poeta argentina hubiera sido traspasado a Dan, el protagonista de la ópera prima de Mario Casas.

Periferia de Barcelona, barriada, personajes que podemos considerar marginales. Un principal y dos secundarios que comparten su amistad y el deseo de una vida mejor, y para ello ven como única salida la delincuencia en forma de alunizaje.

Muchos se referirán a Mi soledad tiene alas como cine quinqui; en cambio, quien escribe tiene en mente Barrio de Fernando León de Aranoa. Inevitable acordarse de esos tres chavales paseando por las vías del tren, sentados en algún puente de la M-30 eligiendo su futuro coche o planeando cómo atracar el furgón.

Si bien Aranoa es un cineasta claramente social, el primer largometraje de Mario Casas resulta confuso. Dos estilos cohabitan: el drama social y el videoclip. Uno tras otro, de manera notoriamente fragmentada, a lo largo de toda la película.

Dan, interpretado por Óscar Casas, está marcado por una tragedia familiar a la que se suma el trauma del maltrato infantil. Cuando su padre, figura que encarna todo eso, reaparece, decide marcharse.

Marcharse, irse, huir: aquí son sinónimos.

Los demonios internos del protagonista son exteriorizados a través de la pintura y, principalmente, el graffiti. Son muchos los simbolismos que esconde el filme, ayudándose de la imagen.

El guion, escrito a cuatro manos con Déborah François, pareja de Mario Casas, no es original en cuanto a historia ni es ocurrente en sus diálogos, pero sí hay un manejo del suspense y de la sorpresa que es muy grato.

Cierto es que la trama con la debutante Candela González, físicamente muy parecida a la novia del estrenado director, es previsible aunque al mismo tiempo se comprende la redención.

Mario Casas dijo en entrevistas que este proyecto era ligeramente autobiográfico. Barcelona al igual que Madrid han sido claves para él y aquí las refleja. La aparición de la segunda ciudad es un error dentro del argumento si uno se encuentra en la primera y tiene, además, el sueño que tiene su protagonista.

Dicho esto, no, no es una obra redonda, pero sí una logradísima primera incursión donde todo queda en familia.

Lo mejor: La química entre Óscar Casas y Candela González

Lo peor: La dicción de sus actores

 

 

 

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