Crítica: ‘Poquita fe’

Poquita fe

★★★★½/★★★★★

Poquita fe aborda un año en la vida de José Ramón, guarda de seguridad, y Berta, cuidadora en una guardería, una pareja de vida mundana y vulgar que atraviesa la difícil crisis de los cuarenta. Creada por Pepón Montero y Juan Maidagán (artífices de Camera Café, Plutón BRB Nero y Justo antes de Cristo, entre otras series), Poquita fe es una auténtica delicia de humor tan absurdo como negro, tan Gervais como Azcona, tan Plácido como Seinfeld. Sus doce episodios (cada uno de ellos correspondiente a un mes del año), de tan solo quince minutos de duración, se sostienen sobre un guión milimétrico, donde los guionistas/directores demuestran manejar a la perfección las claves de la comedia: el tono y tempo de los diálogos, la importancia de los silencios, el ritmo de los cortes, la dirección de los actores.

La compleja estructura de cada episodio, que, partiendo de los códigos propios del falso documental y apostando por la coralidad, funciona como una suerte de Matrioska (una historia dentro de otra historia que, a su vez, se diversifica en otras tantas, narradas a cámara desde la perspectiva de mil y un personajes diferentes), favorece que el espectador sea sorprendido a cada rato, incapaz de anticipar lo que vendrá, por cotidiano que se antoje.

Poquita fe es hilarante de principio a fin: todo funciona en ella. Pero, si algo termina de ensalzar las inteligentes decisiones de sus creadores en lo que a escritura, narrativa y puesta en imágenes se refiere, son sus dos intérpretes protagonistas (además, claro está, de la extensa lista de secundarios): Raúl Cimas y Esperanza Pedreño no podrían encajar mejor en sus papeles de una hastiada pareja de mediana edad (gris, mediocre; tan descacharrante como tierna) que lidia como buenamente puede con las pequeñas tragedias de la vida real. Imposible no empatizar con ellos. Imposible no quererles.

Lo mejor: Una joya que, al igual que otras ficciones seriales «recientes» como Vergüenza, El fin de la comedia o Vota Juan, da muestra de la buena situación que atraviesa hoy por hoy el humor en este país.

Lo peor: Nada.

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