Crítica ‘Priscilla’: «Dos caras de una misma moneda»

Priscilla

★★★/★★★★★

Por Cristiano Bolla

Hace un año y unos meses, redescubrimos el mito de Elvis: interpretado por un metódico Austin Butler, el Rey del Rock en la película de Baz Luhrmann se relataba centrándose en la dimensión interpretativa más que en la privada. Gracias a Priscilla, de Sofia Coppola, de nuevo en competición en Venecia 80 trece años después del León de Oro por Somewhere, ese vacío se ha colmado.

La yuxtaposición de los dos títulos es natural: centrándose una en el aura divina de Elvis y la otra en la mujer que permaneció durante mucho tiempo a la sombra de su éxito, las dos películas parecen mostrar las dos caras de una misma moneda, mostrándola sin embargo desde una perspectiva tan diferente que su coexistencia en el mismo plano resulta a veces irreconciliable. En Priscilla hay poco de endiosamiento de la legendaria figura musical, de la que se muestra más bien su lado oscuro.

En el centro está ella, Priscilla Beaulieu (interpretada por una magnífica Cailee Spaeny), que conoció a Elvis (Jacob Elordi, casi un habitual en papeles masculinos incómodos) cuando ambos se encontraban en la ciudad de Wiesbaden en 1959. Él ya era el cantante ‘tira-faldas’ que todo el mundo conoce, ella en cambio sólo tenía 14 años. Un primer amor que ya empezó con una luz especialmente oscura y que de alguna manera (probablemente debido a la condición divina del galán) consiguió vencer la resistencia de los padres de Priscilla. Tres años más tarde, se trasladó de nuevo a la Graceland estadounidense para vivir con el padre de Elvis y su nueva esposa.

Hasta ese momento, el amor entre ambos sigue teniendo los contornos de un amor apresurado e inmaduro, pero totalmente sincero, puntuado por las delicadas notas de una versión de Love me tender tan sencilla como conmovedora. En la transición hacia Graceland y su vida en común, lo que emerge es el verdadero corazón de la historia: las dificultades de la relación, debidas no sólo a la notoriedad libertina de Elvis, sino a su temperamento, que hoy no dudaríamos en calificar de tóxico. Emblemática es la frase «Tienes que elegir entre tu carrera y yo», una imposición patriarcal impensable en el mundo actual, pero no extinguida.

Todo lo que se muestra, en este sentido, debe filtrarse a través de la conciencia de que la película de Sofia Coppola es una adaptación de Elvis y yo, una autobiografía que la propia Beaulieu escribió en 1985 y que relata los aspectos más controvertidos del Rey del Rock -incluida la reticencia sexual que mostró hacia sí mismo, que se explora en gran medida en la película. Las escenas más duras de Priscilla, en este sentido, adquieren una realidad propia y precisa que va más allá de lo cinematográfico, se convierten en un testimonio directo (aunque ficticio a su manera, sin duda) e imponen su propia verdad indiscutible.

Sofia Coppola, cuya carrera es una concentración de narraciones femeninas en las que las protagonistas rara vez resultan ser tan débiles como se las percibe o trata, lo pone todo sobre la mesa: no se detiene en la morbosidad de la relación rayana en la pedofilia, sino que invita a creer en la sinceridad romántica de un amor no canónico; guía en la desilusionada mayoría de edad de la joven Priscilla, que pasada tras los focos es capaz de ver todos los matices de la estrella Elvis, incluida la toxicidad del nivel de control que quiere tener sobre ella, hecho visualmente opresivo incluso por la enorme diferencia de altura entre Elordi y Spaeny; Finalmente, conduce hacia el epílogo conocido de las crónicas románticas, abordado con frío distanciamiento, el mismo que caracterizó la parábola de su amor.

En la rueda de prensa que precedió al estreno de la película, la propia ex señora Presley fue preguntada en qué papel se reconocía más, y arrancó aplausos cuando respondió «El final», reivindicando así su opción de libertad, de rebeldía frente a una relación paroxística que la aplastaba. Pero al mismo tiempo -y esto también brilla en la película de Coppola- no niega ni oculta el amor que la unía y la sigue uniendo al Rey del Rock, lo que contribuye a matizarla aún más y a alejarla de posturas fáciles y dogmáticas.

 

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