★½
Es inevitable, durante el visionado de esta nueva película de William Brent Bell (The Boy, 2016), rememorar Midsommar (Ari Aster, 2019), Misa de medianoche (Mike Flanagan, 2021) o la emblemática y fundacional The Wicker Man (Robin Hardy, 1973). Títulos clave del folk horror con los que, por odiosas que puedan ser siempre las comparaciones, resulta imposible no cotejar una película como Ritos Ocultos, que, pese a compartir con estos los elementos propios de este subgénero del terror (entornos rurales, supersticiones, paganismo y sacrificios humanos), en ningún momento logra perturbar al espectador ni una pequeña parte de lo que lo hacían aquellos. El problema aquí no es otro que la incapacidad del film para rebasar la elementalidad en ninguno de sus apartados: a su guion, rebosante de lugares comunes, se le ven las costuras en todo momento; formalmente, y más allá de algún amago expresivo muy puntual (esos planos cenitales), la película adolece de un aspecto demasiado telefilmesco. Es Ralph Inelson, quien interpreta al villano, el principal punto fuerte de una película en la que se echan también en falta personajes verdaderamente carismáticos y unas interpretaciones más comedidas, menos tendentes al exceso. Si algo hacía verdaderamente desasosegantes los títulos de Aster, Flanagan y Hardy era, además de la capacidad de sus directores para construir imágenes inquietantes y arrebatadoras, su inteligente manejo de lo no-visto: el horror provenía, muchas de las veces, de lo que estaba fuera de cuadro, de lo que evitaba representarse. Aquí, sin embargo, lo evidente gana siempre la partida, dilapidando el relato ya desde sus primeros compases.
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