★★★½/★★★★★
1918. Raphael regresa a un pequeño pueblo del norte de Francia tratando de encauzar su vida tras el desastre de la Primera Guerra Mundial. Sus robustas manos y sus conocimientos de artesanía le ayudan a encontrar rápidamente un empleo trabajando la madera. Su mujer ha muerto y, a cambio de su pérdida, la vida le ha regalado una hija. Un verano, la pequeña Juliette, enamorada del canto, conoce a una maga que le promete el advenimiento de una profecía: llegará el día en que unas velas escarlatas logren sacarla por fin de su pueblo.
Con su tercer largometraje de ficción (comenzó su trayectoria en el documental), una adaptación de la fábula infantil El velero rojo (1923), de Alexander Grin, el cineasta italiano Pietro Marcello confirma su asombrosa capacidad para dotar a las imágenes de un halo de ensoñación (elemento que, por otro lado, se convertirá aquí en el centro temático del relato). La de Scarlet (L’envol) es una atmósfera embriagadora, propia de los cuentos de hadas, que, a cada rato, se ve sin embargo salpicada por destellos de cine naturalista. Imágenes cámara en mano, zooms y cortes abruptos que desequilibran momentáneamente la puntuación pretendidamente artificiosa del relato, pero que, por paradójico que parezca, terminan por potenciar aún más su lirismo.
De la belleza plástica de la película tiene también buena parte de culpa la textura granulada del 16 mm. Que Marcello (Martin Eden, Bella y Perdida) haya optado por el analógico (y encima por este soporte en cuestión, mucho más rudimentario que el 35 mm) refuerza la coherencia entre el fondo y la forma de una película tan impresionista como austera: las manos de Raphael trabajan la madera y las de Juliette acarician las teclas del piano mientras las del cineasta, artesano de las imágenes, las filma con el soporte más físico que uno pueda imaginar.
El resultado es un filme que prácticamente puede tocarse; una obra anacrónica en el mejor de los sentidos, tan alejada de los códigos del audiovisual contemporáneo que parece haber sido concebida por los ojos (y las manos) de un artista de otro tiempo.
Lo mejor: Las cotas de lirismo que logra alcanzar Marcello.
Lo peor: Lo naif (aunque pretendido) de su historia.
© REPRODUCCIÓN RESERVADA