★★★★/★★★★★
Por Pelayo Sánchez
Veinte años después de que el mediático romance entre Gracie Atherton-Yu, una treintañera, y su joven marido Joe, de tan solo doce años, escandalizara al país, se va a rodar una película sobre su historia. La actriz Elizabeth Berry pasará un tiempo con la familia para intentar entender mejor a Gracie, a la que va a interpretar, provocando que la dinámica familiar se deshaga bajo la presión de la mirada exterior.
La nueva película de Todd Haynes es un film árido y ambigüo, profundamente incómodo, de apabullante hondura psicológica. Una complejidad que no pertenece únicamente al plano más literario de la película, de por sí cargado de aristas (personajes, historia, diálogos), sino que impregna por completo (y es aquí donde reside el verdadero valor de la cinta) cada una de las decisiones formales de su director: desde el artificioso y pretendidamente telenovelesco uso de la banda sonora (que rehuye toda sutileza y “juega” a puntuar violentamente el relato) al simbólico entramado visual atravesado por la idea de la dualidad (y en el que en todo momento resuenan los ecos del Bergman de Persona).
Es esta propuesta estética, verdadero bastión de la perturbadora y fascinante nueva película del director de Safe (1995) y Carol (2015), la que termina dando auténtico cuerpo (atmosférica y discursivamente) a un aterrador relato acerca de la fragmentación de la identidad y de la imposibilidad de escapar a los traumas infantiles; un film de infinitas capas atestado de claroscuros, contradicciones y enigmas irresolubles que zarandea con vehemencia (y suma inteligencia) nuestras más profundas convicciones morales. Auténtico cine.
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