★★★★
En su tercera incursión en el largometraje, el cineasta Tim Fehlbaum sorprende con un ejercicio de intriga de alto voltaje. Sí: “sorprender” es el verbo correcto. Y es que, tras dos incursiones en la ciencia ficción postapocalíptica de pobre acogida por parte de crítica y público (Hell, de 2011, y Colony, de 2021), el director alemán toma un desvío inesperado y se adentra con sabiduría y pulso admirables en los terrenos del thriller periodístico. Septiembre 5 se aproxima a un acontecimiento histórico: la conocida “masacre de Múnich” que tuvo lugar durante los Juegos Olímpicos del año 1972, cuando un grupo terrorista palestino secuestró y terminó asesinado a once atletas israelís. El gran acierto de Fehlbaum es limitar al máximo el dispositivo narrativo: sin salir jamás de los estudios de televisión de la ABC (más concretamente, de la redacción, el laboratorio de revelado y la sala de realización, no pisando siquiera el plató), el cineasta narra el terrible hecho real (el primer atentado terrorista retransmitido en directo por televisión) exclusivamente desde la óptica de los periodistas deportivos que se vieron en la obligación moral y profesional de cubrirlo. Y así, partiendo del tratamiento mediático de un hecho convertido en noticia que ocurrió hace más de medio siglo, Fehlbaum pone sobre la mesa una cuestión que está, hoy más que nunca, a la orden del día: la mala praxis periodística, con la información convertida en mercancía y regida por la espectacularización y la inmediatez antes que por su veracidad. Más allá de la pertinencia de su discurso y de sus excelentes decisiones narrativas en lo que concierne al punto de vista, hay muchos más elementos que convierten a Septiembre 5 en una película extraordinaria: desde la pura fisicidad de su fotografía, de textura granulada y luz dura y fría (realmente, logra trasladar la impresión de haber sido filmada en los 70), hasta su afiladísima sintaxis (en este sentido, la película es pura tensión in crescendo), pasando por su excelente plantel de actores, entre quienes sin duda destaca Peter Sarsgaard. A todo ello se suma un elemento que fascinará especialmente a quienes tengan (tengamos) formación periodística: la recreación del rudimentario proceso que, hasta hace no tanto, debía llevarse a cabo para conseguir una imagen o hacerse con un audio (para dar forma a una noticia, en fin), en tiempos en los que las redes sociales quedaban todavía lejos.
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