Crítica ‘Su Majestad’: Un agridulce esperpento sobre el sinsentido de la monarquía

Crítica de la miniserie 'Su Majestad', escrita por Borja Cobeaga y Diego San José y que llega hoy a Prime Video.

★★★

En Su Majestad, una imaginaria Princesa de España, de nombre Pilar, vive encerrada en su torre de marfil hasta el día en que, tras destaparse un caso de corrupción en el que se ve involucrado su padre, el Rey Alfonso XIV, se ve obligada a tomar las riendas, lo que la llevará a darse cuenta de lo despegada que la Casa Real vive del país cuya unidad dice representar. Quienes esperen encontrar aquí a los Cobeaga y San José más descacharrantes se llevarán, qué duda cabe, una decepción. Y es que, si bien la nueva miniserie para Prime Video de los guionistas de Ocho apellidos vascos y la serie Venga Juan es una comedia, no es una de esas que juegan a escupir un gag detrás de otro: su relato nunca está supeditado a la búsqueda insistente de la carcajada del público (aunque, sin duda, la serie logre despertarnos más de una). Es más: Su Majestad termina estando, por momentos (especialmente en su sexto episodio, el más brillante en opinión de quien escribe), más próxima al espíritu agridulce del cine de Alexander Payne que al esperpento puramente berlanguiano. Pero ojo: no por ello esta miniserie protagonizada por Ana Castillo y Ernesto Alterio (ambos fantásticos) deja de arrojar una vitriólica mirada a la monarquía española. La cosa es que, sorteando con inteligencia el humor panfletario de trazo grueso, el guion de Cobeaga y San José (cuyo parecido con la realidad, por cierto, nada tiene que ver con la pura coincidencia) dibuja a una “reina por sorpresa” arrogante y caprichosa, sí, pero también humana, que toma conciencia progresivamente de su propia frivolidad, de lo injustos que son todos esos privilegios de los que goza, del poco o ningún sentido que en realidad alberga hoy su figura institucional. Y es así, desde la exclusiva perspectiva de una heredera al trono, como Cobeaga y San José dejan en evidencia el profundo deterioro de nuestra monarquía parlamentaria. Porque, para dinamitar un sistema, ¿qué mejor que hacerlo desde dentro?

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