★★★/★★★★★
Por Cristiano Bolla
Rocco Antonio Tano, alias Rocco Siffredi. El estatus icónico de este personaje queda atestiguado por esta consagración antonomásica que le ha llevado no sólo a ser uno de los actores porno más famosos de la historia, sino también a merecer un espacio en Netflix a partir del 6 de marzo de 2024 con una serie que relata sus orígenes: Supersex.
Una historia de orígenes, como la de Iron Man o Superman. El paralelismo entre el hombre y el superhéroe lo traza enseguida la serie creada por Francesca Manieri y dirigida por Matteo Rovere, Francesco Carrozzini y Francesca Mazzoleni, porque Supersex quiere contar la historia de cómo un joven y tímido chico de Ortona descubrió que tenía un superpoder capaz de condicionar su existencia.
La transición de hombre a mito que narra Supersex, sin embargo, se aborda desde el final, desde el momento en que Rocco ya es Siffredi y en 2004 anuncia su retirada de los escenarios (que en realidad nunca se produjo). Rodeado, toma a una aspirante a actriz e inicia con ella una relación sexual que nada tiene de íntima, tan expuesta a las miradas voraces de quienes ven y quizá sólo verán en él ese aspecto: «Sólo somos trozos de carne para ellos» se hace decir a Alessandro Borghi, en la enésima prueba de mímesis absoluta gracias a la cual consigue desaparecer detrás del personaje, diluyendo la frontera entre ficción y realidad.
En esta dicotomía reside el sentido y el interés de la serie de Netflix: ¿nació primero el hombre o el mito? ¿Y hay alguna forma de separar claramente ambas cosas, cuando se trata de una parte tan importante y a la vez socialmente escandalosa de la experiencia humana? Dargen D’Amico, por poner un ejemplo, siempre lleva gafas en escena para distinguir el aspecto interpretativo de su vida de cuando es simplemente Jacopo. Un lujo que Rocco Tano no se da, porque ha hecho de su inconfundible cuerpo y de su sexo la tarjeta de visita de su existencia.
Pero es en este espacio donde se mueven los tres directores, alternando lo sagrado y lo profano, lo lírico y lo carnal, lo alto y lo bajo, la mente y el cuerpo. Por un lado, descubrimos las raíces familiares (ficticias) del protagonista y cómo éstas han desempeñado un papel importante en su vida; por otro, se nos invita a perdernos en las sugestiones de la carne mediante el uso de un registro que va de lo burdo (a veces incluso humorísticamente ridículo) a lo solemne sin más solución de continuidad aparente que la de querer tirarnos constantemente hacia un lado y hacia otro, como si a un paso de la intimidad se nos recordara (sin juzgarnos) que en nuestra mente Rocco Siffredi es una cosa muy concreta y que el acceso a ciertas zonas más personales debe por tanto ser necesariamente disonante, produciendo una brecha entre la idea que tenemos y la realidad (imaginada).
Una operación, la de Supersexo, que no se desvía demasiado de lo que Andrew Dominik hizo con Blonde, el crudo y a ratos oscuramente perverso relato no tanto de la Marilyn Monroe real como de la imagen residual que de ella ha quedado. Como la diva americana, el nombre de Rocco Siffredi es engorroso (y de nuevo, desde el fondo de la mente, ahí están esos chistes fáciles…) y condiciona la idea de que tiene una humanidad que precede a su iconicidad.
Matteo Rovere, Francesca Mazzoleni y Francesco Carrozzini consiguen dar profundidad e interés a una historia y a un entorno quizá todavía demasiado a menudo banalizados, haciendo hincapié en el contexto familiar sin renunciar, sin embargo, a los aspectos más morbosos que hacen de Supersexo una de las series más desvergonzadas del año. El sexo está ahí, es central y nunca se oculta, pero adquiere un significado que va más allá y se transmite a través de una puesta en escena casi sorrentina en cuanto a impacto visual, narrativo y sofisticación lírica.
No todo en la serie está a la altura de su ostensible premisa artística: ni ciertos comportamientos que hoy formarían parte de una narrativa sobre relaciones tóxicas y misoginia pura y dura, ni ciertas interpretaciones que luchan al lado de Alessandro Borghi, ni cierta pereza en el guión, pero al menos Supersex tiene una idea clara de quién y qué quiere poner en el centro del escenario. El personaje Rocco Siffredi, desnudo y a merced del público, libre de centrar la mirada en su legendario pene o en todo lo demás.
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