En su segundo largometraje original, Gareth Edwards da rienda suelta a su imaginación creando uno de los mundos más visionarios de la ciencia ficción moderna. La escritura, a veces titubeante, penaliza el resultado final, pero The Creator acompaña sus impresionantes proezas técnicas con una asombrosa profundidad temática y narrativa que desafía la ética del espectador, llevándole inevitablemente a reflexionar sobre lo que realmente significa ser humano.
Por Emil Cargalli
★★★★/★★★★★
La naturaleza de la inteligencia artificial y las implicaciones de su explotación a gran escala son temas que acaparan cada vez más la atención del público en la actualidad. Por tanto, era inevitable que la cuestión también resurgiera con fuerza en la mente de los cineastas y en el panorama cinematográfico de ciencia ficción.
En los últimos años, el tema se ha abordado ampliamente en la pequeña pantalla con Westworld, mientras que en el frente cinematográfico, tras la conclusión de las sagas Terminator y Matrix, se retomó recientemente en Misión Imposible: Sentencia Mortal, que en particular reintrodujo sus aspectos más controvertidos en una clave ominosamente moderna.
Con The Creator, la nueva película dirigida por Gareth Edwards, ya director de las aclamadas Monstruos (2010), Godzilla (2014) y Rogue One: Una historia de Star Wars, la IA regresa como protagonista indiscutible de una historia de amplio alcance y grandes ambiciones.
Los acontecimientos de la película se desarrollan a través de una ucronía que contempla la producción a escala industrial de robots dotados de inteligencia artificial desde la década de 1950. Concebidos inicialmente para uso doméstico, con el paso de las décadas adquieren un creciente espectro crítico y emocional, estableciéndose como una «etnia» por derecho propio e integrándose en la sociedad humana. Sin embargo, en 2055, en un contexto de creciente tensión y con las IAs acudiendo a manifestarse por los derechos civiles, una explosión atómica devasta Los Ángeles causando millones de muertos. Se culpa a las IA del incidente y se les prohíbe la entrada en EE.UU., convirtiéndose oficialmente en el enemigo público número uno.
Estados Unidos inicia así una guerra global en busca del cuartel general de Nimata, el misterioso creador de la IA, que supuestamente está desarrollando un arma decisiva. Para localizar y neutralizar la misteriosa arma, el sargento Joshua Taylor (John David Washington) es enviado sobre el terreno a Nueva Asia, donde las IA viven perfectamente integradas y en armonía con los humanos. Sin embargo, éste tendrá que cuestionar sus convicciones cuando descubra que la misteriosa arma tiene los rasgos de una niña.
El núcleo emocional de la historia vive en el contraste entre elementos típicamente humanos como la empatía y el amor, que impregnan la última generación de IA emocionalmente emancipadas, y la violencia despiadada animada por el deseo de venganza de las fuerzas militares estadounidenses. Un contraste muy fuerte que se manifiesta a través de robots «más humanos que los humanos» y soldados que no dudan en integrar soluciones tecnológicas para limitar la caducidad de sus propios cuerpos.
Esta situación se refleja en la relación entre Joshua y la niña llamada Alfie, respectivamente un ser humano y una IA, entre los que surge una química inesperada. Aunque John David Washington parece perfectamente encajado en este mundo, las motivaciones personales ligadas al pasado de su personaje parecen, sin embargo, desconectarlo y alejarlo del dilema moral planteado por la película desde sus primeros compases. Un factor que, en conjunto, despotencia su arco narrativo y deja inevitablemente un sabor amargo en la boca.
A pesar de algunas imperfecciones de escritura y de un tercer acto demasiado precipitado, El Creador encuentra uno de sus mayores puntos fuertes en la inmensidad y la vibrante inmersión del futuro que lleva a la gran pantalla. De hecho, Gareth Edwards logra una auténtica obra maestra de construcción del mundo, escenificando una idea muy clara del 2070 y su tecnología, perfectamente integrada y camuflada en los usos de la vida cotidiana. Todo ello potenciado por unas efectivas referencias estilísticas a grandes clásicos como Star Wars o Blade Runner, que resultan de todo menos accesorias, encajando perfectamente de forma orgánica en la narración.
La película también da un vuelco a la idea de la IA como un ente incapaz de desarrollar empatía -y, por tanto, destinado a convertirse en una amenaza- y nos recuerda brutalmente que el ser humano es el único verdaderamente responsable de su propio futuro, que sigue estando en sus manos.
Sin embargo, las ambiciones de The Creator no se detienen ahí. El conflicto entre Estados Unidos y la Nueva Asia calca los acontecimientos del siglo pasado, actualizando el bipolarismo entre el capitalismo de corte occidental y el comunismo oriental a la luz de un nuevo enfrentamiento ideológico entre quienes consideran la IA un peligro que hay que eliminar a toda costa y quienes ahora la consideran una presencia cotidiana indispensable. En definitiva, el verdadero peligro no proviene de la nueva herramienta, sino que reside en la perpetración de las mismas dinámicas que condujeron a los ruinosos conflictos de siglos pasados.
En este sentido, puede decirse que la ciencia ficción de Edwards es una de las superproducciones más valientes jamás realizadas. En efecto, Gareth Edwards no teme limitarse a simples paralelismos y lleva eficazmente a la gran pantalla toda la paranoia de seguridad, el imperialismo salvaje y la brutalidad al estilo estadounidense que solíamos asociar a la guerra de Vietnam, tocando al mismo tiempo el nervio aún en carne viva del 11 de septiembre. Un enfoque violentamente radical que la convierte en una de las películas más abiertamente antibelicistas de los últimos años.
The Creator, en definitiva, pone mucha carne en el asador, y lo hace sin miedo a incomodar. La película no da respuestas inequívocas, pero se preocupa de mantener viva la duda y el debate sobre las responsabilidades del ser humano, insertando el discurso dentro de un blockbuster convincente y visionario. En un panorama cinematográfico dominado por las grandes franquicias, Gareth Edwards elabora una obra original con una fuerte personalidad que hace que el espectador se pregunte qué significa ser humano.
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