Crítica: ‘The Idol’ (Final)

The Idol

★★★/★★★★★

Hace cosa de un mes que publicamos la crítica (más bien tibia) del primer episodio de The Idol, una de las últimas grandes apuestas de HBO Max que, desde el estreno de sus dos primeros capítulos en el pasado Festival de Cannes, no ha dejado de recibir palos (en parte, dados los problemas que rodearon su filmación, que, por lo visto, se vio muy perjudicada por la difícil actitud de The Weeknd).

Polémicas aparte (también fue tildada por muchos de machista, pornográfica y predecible), tras el visionado del primer capítulo animábamos al lector a tener paciencia: tan solo una vez vista la miniserie completa podríamos emitir un juicio de conjunto fiable. Bien: una vez digerido el quinto y último episodio de la serie de Sam Levinson (Euphoria) y The Weeknd (inicialmente iban a ser seis, pero HBO Max parece haber decidido tirar de tijera), quien escribe continúa teniendo sentimientos encontrados con esta ficción.

Si dejamos que sea la razón la que hable, difícilmente podremos pasar por alto su endeble narrativa, sus torpes diálogos (si bien las líneas de Da’Vine Joy Randolph y Hank Azaria brillan más de una vez), su discurso redundante o el deslavazado e inverosímil arco dramático de sus dos personajes protagonistas, cuestiones que terminan derivando en que su giro final (la idea del «manipulador manipulado») no llegue a estar lo suficientemente bien cimentado (y parezca más un apaño de última hora que el culmen al que la historia quería llegar desde el comienzo).

No obstante, si le preguntamos al cuerpo, no le quedará otra que rendirse ante lo atractivo del envoltorio: la caligrafía visual alucinada (tan vacía de contenido como rebosante de forma pura, y en la que resuenan las poéticas de cineastas como Argento, Verhoeven o Winding Refn), los estilizados montajes paralelos que puntúan el relato y la electrizante y enigmática oscuridad de su banda sonora convierten a The Idol en un muy sugerente ejercicio estético que apunta directamente (y con acierto) hacia los sentidos.

Lo mejor: Es una disfrutable experiencia estética si estás dispuesto a dejarte arrastrar ella.

Lo peor: Su torpeza a la hora de elaborar una -pretendidamente cruda- reflexión sobre la alienación y el infierno de la fama.

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