Crítica ‘Vidas pasadas’ (Festival de San Sebastián)

Vidas pasadas

Por Giorgio Viaro

En el final de Vidas pasadas, de Celine Song, que obviamente no desvelaremos, pasa casi un minuto antes de que sepamos si un beso se convertirá en beso o en adiós. Un tiempo suspendido entre dos miradas, entre dos silencios, en el asentamiento de dos cuerpos en busca de movimiento, que pocas veces se ha contado -es decir, preparado y luego expresado- tan bien en el cine contemporáneo. Es el último destello de una película llena de luz y de palabras, el centro de un cuadrado en cuyos vértices se sitúan una mujer, dos hombres y el encanto de Nueva York (ciudad-objetivo por excelencia, desenlace de una existencia, sueño).

Al igual que Na Young, la protagonista de su película, Celine Song es una artista de origen surcoreano trasplantada en América, y no es difícil percibir un componente autobiográfico en la languidez de Nora, el nombre con el que la joven se reinventa una vez que se traslada a la Gran Manzana. Allí, durante un taller para jóvenes escritores, conoce a Arthur, un chico judío menudo y generoso. Los dos se gustan e incluso se casan, pero más para garantizarle a ella la tarjeta de residencia que por verdadera convicción. Lo que no desaparece es el recuerdo de Hae Sung, el primer amor, el niño con el que compartía paseos y escondites en los parques de Seúl.

Cada doce años un punto de inflexión: la partida de Na Young cuando era adolescente, un fugaz encuentro por ordenador y, finalmente, el viaje de Hae Sung a Nueva York, cuando Nora vive ahora en Manhattan con su marido, con quien comparte un piso cálido y discreto. Pero el entendimiento no ha desaparecido y el adjetivo que utiliza para hablarle a Arthur de su primer amor es el mismo que empleó con su madre veinte años antes: masculino. Este es el «breve encuentro» (por citar la película de David Lean) que Vidas pasadas narra con ternura (y un astuto enfoque visual). Dos tardes y una noche para reconciliarse con el presente y el pasado, las realizaciones y las responsabilidades sentimentales: hacia los demás, hacia uno mismo.

Amor pensado, amor tocado: como en Dieci inverni de Valerio Mieli, para los dos chicos de Seúl siempre es demasiado pronto o demasiado tarde. En la vida de casi todo el mundo ha habido una historia así y existía un fuerte riesgo de cliché, en cambio Celine Song tiene mesura en la mirada y delicadeza en la escritura, por lo que acaba interceptando esa melancolía universal que hizo grande la trilogía de culto de Linklater (Antes del amanecer, Antes del atardecer, Antes del anochecer) y que es en el fondo una de las formas mismas de Nueva York: de sus orígenes dispersos por el mundo, de su envejecimiento precoz y de sus saltos hacia el futuro. Vidas pasadas lo tiene todo: convierte la banalidad en belleza con herramientas sencillas y una gran inteligencia.

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