Por Davide Stanzione
★★★½/★★★★★
Yo Capitán narra el viaje de Seydou (Seydou Sarr) y Moussa (Moustapha Fall), dos jóvenes primos que parten de Dakar para llegar a Europa. Una odisea contemporánea a través de las trampas del desierto, los horrores de los centros de detención en Libia y los peligros del mar.
La nueva película de Matteo Garrone, presentada en Competición en Venecia 80, supone en cierto modo un notable aligeramiento del aparato estilístico habitual de este director, a menudo inclinado, sobre todo en la primera parte de su carrera, a investigar el lado tendido y monstruoso del ser humano en clave de cuento de hadas. Después se dedicó a los verdaderos cuentos de hadas, aunque evidentemente macabros y muy terrenales, como la decepcionante El cuento de los cuentos y la sostenida pero no por ello menos oleográfica Pinocho.
En esta ocasión, Garrone persigue la máxima naturalidad y proximidad con respecto a la interpretación en pantalla de sus dos protagonistas, matizando e invisibilizando su habitual estilo "armado" de acecho, cámara en mano y artesanía en la imagen; llamado a rivalizar con la pintura, que, junto con el cine (y el tenis), es siempre la mayor pasión del cineasta.
Seydou y Moussa tienen sueños artísticos y musicales, mientras uno de ellos sueña con una carrera de rapero, con escuchar por teléfono fragmentos de canciones napolitanas, se aferran a la quimera de ese viaje a Europa -muy difícil, insuperable, para muchos un precio a pagar incluso con la vida- para ayudar a su madre y a sus hermanas, o incluso sólo para que su casa no se desmorone, pudiendo enviarles ayuda económica.
Flanqueado en el guión por sus colaboradores de confianza Massimo Gaudioso, Massimo Cecchini y Andrea Tagliaferri, Garrone narra en Yo Capitán un viaje contemporáneo y a su manera épico de esperanza de dos chicos como tantos otros, tan corrientes que nunca llegan a ser extraordinarios, ni siquiera gracias a la dorada luz del cine. Se trata de una película por una parte puramente garroniana, en la medida en que las miradas y las sombras tienen un valor estético y moral preciso para enmarcar la imagen, pero por otra parte también límpida, sentimental, apasionada, libre de toda superestructura.
Todos los momentos están acariciados por una dócil franqueza que resetea toda distancia y todo juicio, permitiéndonos a los espectadores empatizar con las vicisitudes de quienes se ven obligados a afrontar la travesía del Mediterráneo, desde hace ya demasiado tiempo un cementerio en alta mar, para abrazar un futuro si no mejor al menos habitado por una pequeña brisa de esperanza.
Si en Terra di mezzo, su éxodo de 1996, Garrone había relatado la marginación de una serie de inmigrantes extranjeros en Italia, aquí toma el camino inverso, partiendo de una historia real, la de un joven que llegó a Italia desde Costa de Marfil con su primo de 15 años y que ahora trabaja como mediador cultural en Caserta, para centrarse en una epopeya que debe vivirse toda en subjetivo (la película se inspira en los hechos reales de Kouassi Pli, Adama Mamadou, Arnaud Zohin, Amara Fofana, Brhane Tareke y Siaka Doumbia).
Para Garrone, se trata también de un contracampo "con respecto a las imágenes que estamos acostumbrados a ver desde nuestro ángulo occidental, en un intento de dar voz, por fin, a quienes habitualmente no la tienen". Y es precisamente esta intención la que hace de Yo Capitán una película muy pura, de una humanidad y una poesía cristalinas, construida con el sentido de la oralidad de un humilde narrador y la calidez de un siempre singular -pero nunca tan sobrio, callado e incluso invisible- observador de la humanidad como Garrone.
Un autor hábil como pocos para sacar el máximo partido de los actores, sobre todo de los no profesionales, y que en este caso ni siquiera facilitó el guion a los actores, dejándoles hasta el final en una atmósfera de incertidumbre sobre el epílogo de la historia, y apasionándose así por su asombro antes incluso que por el nuestro.
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