‘Krazy House’: La ‘sitcom’ y el ‘home invasion’ se dan la mano en esta torpe caricatura del sueño americano

‘Krazy House’: La ‘sitcom’ y el ‘home invasion’ se dan la mano en esta torpe caricatura del sueño americano

Crítica de 'Krazy House', comedia negra de origen holandés que llega hoy, 20 de junio, a la plataforma Filmin.

★★

Lo que podría haber sido una hilarante sátira sobre la forma en que Estados Unidos ha utilizado desde siempre la ficción como herramienta de colonización cultural muy pronto descarrila y acaba, tristemente, recurriendo al caca-culo-pedo-pis de alto impacto. Ambientada en 1990, la holandesa Krazy House cuenta la historia de una familia estadounidense de clase media que sigue a pies juntillas todos los cánones del modelo tradicional. El padre, un tipo ultracatólico a lo Ned Flanders que siempre parece dispuesto a poner la otra mejilla, contrata un día a un grupo de fontaneros rusos con el fin de arreglar una avería en el cálido y acogedor chalet en el que vive junto a su mujer e hijos. Pero los de la antigua URSS no tardan en revelarse como unos sádicos maleantes (¡que vienen los comunistas!) que, en realidad, han ido a parar allí buscando un tesoro escondido entre las paredes de la casa. A partir de entonces, el ruido y la furia se apoderan sin moderación alguna del relato hasta la (ansiada) llegada de los créditos finales. En este sentido, está claro que lo más interesante de Krazy House no reside en su guion, formulaico y de una ironía más desagradable que graciosa. Hay, sin embargo, algunas ideas interesantes en su puesta en escena (aunque acaben quedándose en meros esbozos). Así, la primera mitad de la película está rodada a la manera de una sitcom noventera en la línea de Friends o Seinfeld, gags visuales, risas enlatadas y formato 4:3 inclusive. Pero, en el momento en que el conflicto estalla, la película pega un radical volantazo estético para abandonar el idealizado mundo de cartón piedra en el que se ambientan las comedias de situación: la pantalla se ensancha, la oscuridad se apodera del otrora cálido hogar y el espectador se encuentra de pronto inmerso en un home invasion sanguinolento y desquiciado. La colisión entre ambas fórmulas deja, al momento, en evidencia los artificios de la ficción a través de los cuales Hollywood, desde que el cine es cine, ha ido instalando en todo el globo (con evidente éxito) una visión idealizada de la nación estadounidense (y dejando bien claro quiénes son sus enemigos). Sin embargo, esta idea, que bien podría haber dado lugar a algo brillante, nunca llega a ir más allá de su fase embrionaria: los cineastas Steffen Haars y Flip Van der Kuil, amantes del exceso grotesco, dejan demasiado pronto el relato en manos de los golpes de efecto, la violencia cartoon y la parodia de trazo grueso, y su película acaba por convertirse en una caricatura del sueño americano tan blasfema y pretendidamente alocada como, finalmente, redundante e inofensiva.

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