★★★

Aunque sólidamente interpretada y filmada con sensibilidad y pulso firme, Ramón y Ramón, segundo largo del peruano Salvador del Solar, termina por perderse en su gusto por lo denotativo y por ciertos excesos operísticos. La historia, ambientada en el contexto del confinamiento por coronavirus durante el año 2020, narra el periplo vital de un joven que, por su condición de homosexual, nunca ha sido aceptado por su padre, un hombre de ideas conservadoras. Cuando éste fallece, el chico recibe en su apartamento las cenizas, lo que le llevará a emprender, de la mano de un nuevo vecino de su edificio al que acaba de conocer, un viaje para entregar los restos de su padre a la familia. Ramón y Ramón, co-producción entre Perú, España y Uruguay, funciona durante su primera mitad como un drama contenido sobre la soledad y la incomunicación para, llegado su ecuador, adherirse a los códigos de la road movie y relatar la transformadora travesía interior de un joven hacia su propia sanación. De su primer segmento, rodado con escalpelo estilístico (algo que se ve debilitado por el uso, en algunos momentos, de planos aéreos con dron que ponen en riesgo el intimismo del relato), brillan el tratamiento del punto de vista (exclusivo de su personaje principal, que permanece aislado en su gélido apartamento), la cuidada narración elíptica y una serie de decisiones de montaje tonales y rítmicas que ayudan a reforzar la atmósfera de enrarecimiento propia del encierro forzado que a todos nos tocó vivir hace cinco años. En su segunda mitad, sin embargo, cuando el relato entra de lleno en materia, la película se ve afectada de un cierto didactismo, optando en más de un momento por el subrayado discursivo y terminando por resultar ciertamente empalagosa en su uso y abuso de pianos y violines.