Emma Suárez: «La fragilidad en la que vivimos los actores es permanente»

Emma Suárez

Incontestable icono del cine español desde las épocas de La ardilla roja o El perro del hortelano, la actriz reivindica el poder de su oficio: para quienes lo ejercen y, también, para quienes lo reciben. Ahora estrena Desmontando un elefante, y sigue aprendiendo y disfrutando.

Àlex Montoya

Hacer Desmontando un elefante me ha hecho reflexionar y tomar conciencia sobre cómo vivimos, sobre nuestra relación con las adicciones. Y con el alcohol, que forma parte de nuestra vida de una forma absolutamente natural. Tú quedas con alguien para tomarte una cerveza, los chavales empiezan a beber muy pronto, el ‘nos tomamos algo’ está absolutamente integradísimo en la sociedad”, explica. Y continúa: “De hecho, te confesaré que yo fumaba y lo he dejado, desde octubre del año pasado. Es que en la película fumaba mucho”, dice entre risas.

Hablamos con Emma Suárez (Madrid, 1964) a propósito del estreno de Desmontando un elefante (en cines 10 de enero), ópera prima del barcelonés Aitor Echevarría, hasta ahora director de fotografía de títulos como María (y los demás) o La voluntaria. En su debut, el cineasta plasma los efectos del alcoholismo en una familia adinerada, a partir de la salida de un centro de desintoxicación de la matriarca. Suárez da vida a esa mujer, arquitecta de éxito, que durante años ha mantenido su adicción mientras su marido (Darío Grandinetti) e hijas (Natalia de Molina y Alba Guilera) no se enfrentaban ni hablaban de ese gigantesco elefante en la habitación.

Que hayas dejado de fumar gracias a la película me hace pensar en el poder terapéutico de la interpretación…

Pues no me ha costado ningún esfuerzo, supongo que estaba saturada. Pero estoy segura de que la película ha influido, que de una forma inconsciente se ha colado por las rendijas. De la misma manera que lo hacen las adicciones, se ha colado la necesidad de dejar de fumar. Yo creo absolutamente en el poder terapéutico de la cultura, ya no solamente del cine, también de la literatura, por ejemplo. Tienen un enorme poder transformador. Una de las cosas más sorprendentes de este oficio es que al interpretar un personaje siempre aprendes algo.

Hay personajes que te enseñan, al fin y al cabo, estás abriendo canales y entrando en territorios desconocidos.

Y en este caso…

Hay personajes como el de Desmontando un elefante que son muy jugosos. Y este ha sido muy revelador, porque he estado en contacto con personas que padecen esta enfermedad, y también con gente que acompaña a estos enfermos en centros terapéuticos, que trabajan las adicciones. Y con familiares que sufren las adicciones de sus hermanos, de sus padres, de sus amigos… Y escuchar a las personas que viven esto cada día es, desde luego, revelador. Hacer todo ese trabajo de campo era absolutamente imprescindible y necesario para abordar el personaje. Y me provocaba mucha curiosidad. Estuve leyendo libros y hablando muchísimo con Aitor Echevarría. Otra cosa que me parecía interesante es que la película está contada desde el lado de la familia. El alcoholismo en el cine casi siempre se trata desde el alcohólico. Y siempre hay una copa en su mano.

Todo un reto

Sí. Y tenía miedo, me daba vértigo afrontarlo. Es ese miedo a lo desconocido, no saber a dónde vas a entrar. Y me he dejado llevar. Entonces, me merecen mucho respeto las personas que hacen este trabajo de intentar superar una adicción, porque es muy difícil.

Tienes que romper absolutamente todos los hábitos, porque para alguien que se relaciona con el alcohol, todo funciona en torno al alcohol. Por eso digo que se trata de transformarse, de hacer un trabajo de reconstrucción de tu identidad, de tu vida, de tu entorno, de tus amistades. De alguna forma, es como volver a nacer.

Ese aprendizaje del que hablas, el bucear en mares que no conoces y alimentarte de ello, ¿es algo que a lo largo de tu carrera te ha incentivado a aceptar determinados trabajos?

Sí. Pero bueno, al fin y al cabo, sencillamente hablamos de curiosidad. Siempre he pensado que este es un trabajo que tiene que ver con el conocimiento del ser humano, que tiene algo de psicología. La empatía forma parte de este oficio, absolutamente: o sea, ponerte en el lugar del otro, tratar de entenderle, cuáles son las razones y las motivaciones por las que las personas reaccionamos de determinadas maneras, qué nos conforma, qué nos afecta, qué nos provoca. Bueno, es la necesidad de tener, de conocer. ¿Qué hacemos aquí? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos? Preguntas que nos hacemos todos. No resolveremos ningún enigma, pero sí te pones en el lugar del otro. Es un trabajo en el que, desde luego, la curiosidad es imprescindible, y la sensibilidad también. Pero, aparte de toda esa filosofía que te estoy metiendo, es un trabajo lúdico, un juego. A mí también me conecta con la niña que fui. El jugar, el creerte lo que estás haciendo.

¿Es difícil cansarse de un trabajo que implica tantos estímulos nuevos y constantes?

A ver, este es un trabajo muy bonito, pero como todo… los excesos también cansan. Y es un oficio que muchas veces te pide tomar distancia y reposar lo que has hecho. Por momentos es un trabajo muy intenso. Ya no interpretar en sí, sino todo lo que lo rodea. Los viajes, los festivales, las promociones, la conciliación de fechas, no puedes hacer esto, cómo encajas lo otro… Bueno, en definitiva, la velocidad en la que vivimos. Pero sí, me gusta mucho mi trabajo. Ahora estoy haciendo El cuarto de atrás en teatro, porque sentía la necesidad vital de volver a los escenarios. Hacía mucho, 10 años. Y lo estoy disfrutando.

¿Qué tiene de mágico el teatro?

Tiene algo muy vivo. Y esa sensación de vértigo antes de empezar, cuando se apagan las luces, ese silencio… Sabes que el público está fuera, que la gente que ha acudido a ver esta función viene a escuchar. Así que me siento muy agradecida por poder dedicarme a hacer algo que me gusta mucho y que tiene algo que ver con dar: salir al escenario y ofrecer la palabra, en este caso la de Carmen Martín Gaite, a este público.

Y darle voz me llena de gratificación. Hacer el viaje desde el principio hasta el final sin interrupciones. Y que, pase lo que pase, salvar la situación con tus compañeros, porque el vínculo que se crea en el teatro es muy potente. Ante cualquier cosa que suceda, confías plenamente en tu compañero. Claro, en el cine cualquier cosa que ocurre se corta, y se vuelve a hacer otra toma.

También es verdad que en el cine la cámara recoge de una forma misteriosa la intimidad, los secretos, lo que esconde y transmite la mirada. Y ese es un hecho magnífico también.

Hablábamos de adicciones y no sé si la adrenalina de antes de salir al escenario también es adictiva.

Bueno, hay un momento en el que quieres que pase cualquier cosa para no tener que salir al escenario, ¿sabes? O sea, es muy contradictorio. Es como que te paraliza. ¿Me voy a acordar de la letra? Yo tengo un sueño recurrente, que es que no encuentro la salida al escenario. O que se me ha olvidado el texto y no encuentro el libreto por ninguna parte. ¿Dónde está el texto? Y, claro, es el miedo. Ese miedo en el teatro lo hueles, está ahí vivo. Pero, por otro lado, el deseo de hacerlo es tan potente, tan bestia, lo disfrutas tanto que estás deseando salir.

Con una carrera como la tuya, ¿te pasa que hay personas que se te acercan para decirte que algunas de tus películas les han marcado?

Sí, y me hace muchísima ilusión que las películas tengan ese poder y que, al cabo de los años, pasa el tiempo y se quedan ahí, en la memoria del espectador, y algunas a nivel muy personal. O sea, hay películas que son muy importantes para la gente, que han formado parte de sus vidas en un momento particular y que han significado algo. El poder del cine me maravilla. Saber que cuando interpreto a un personaje, todo ese trabajo de investigar, conocer y transmitir, va a hacer que alguien sentado en el patio de butacas haga ese mismo viaje, que viva esas emociones que yo he tratado de contar. Eso me parece algo muy especial. Hay películas como Sobreviviré (1999), que han sido siempre por hacer. La fragilidad en la que vivimos los actores es permanente.

La inestabilidad es permanente. No sabes nunca, y te lo digo: yo me busco la vida para trabajar. Porque tengo mi familia y vivo de esto. No es que pasara por aquí y de vez en cuando hago una película. O sea, creo que soy muy afortunada porque he hecho buenas películas, he trabajado con buenos cineastas, he tenido suerte de tener muy buenos maestros, con actores, compañeros y directores. Y he hecho buenos amigos.

¿Te cuesta mucho hablar de los elefantes en las habitaciones?

No, yo peco de lo contrario. O sea, a mí se me nota todo. Soy bastante transparente en ese sentido, ¿sabes? Para bien y para mal. A veces me gustaría disimular un poquito. Entonces, digo lo que pienso. Digo las cosas de manera directa y a veces creo que tendría que haberme cortado un poco de decir según qué [risas].

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Fotos: Juan Naharro-Eduardo Parra-Getty Images

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