Adrien Brody es el arquitecto ficticio László Toth en ‘The Brutalist’: “Esta película es un espécimen en vías de extinción”

Adrien Brody

The Brutalist, de Brady Corbet, es la épica odisea de un arquitecto judío que llega a EE UU huyendo de la Europa ocupada por los nazis. Hablamos con su protagonista, Adrien Brody.

László Tóth es un aristócrata judío húngaro que se ve obligado al exilio huyendo de la persecución nazi. Célebre en Europa por su contribución al movimiento de la Bauhaus, cuando llega a EE UU, debe empezar de cero y vivir como un vagabundo, sufriendo el racismo y la desconfianza que los estadounidenses reservaban a los inmigrantes, ya fueran refugiados políticos o económicos.

Esa es la historia de The Brutalist, de Brady Corbet, León de Plata a la mejor dirección en el pasado Festival de Venecia y una de las favoritas en la actual carrera de premios con un mensaje político, social y humano que resuena hoy más que nunca.

Pero László Tóth es un personaje inventado, “nada que ver”, dice Adrien Brody, con el australiano, nacido en Hungría, que destrozó La piedad, de Miguel Ángel, con un martillo en 1972. “No es que Brady y Mona [Fastvold, compañera de vida y trabajo de Corbet y coautora del guion de esta película, así como de sus dos trabajos anteriores] quisieran contar la historia de un arquitecto ficticio que sobrevivió a la guerra, dejó Europa central y emigró a EE UU para empezar de nuevo”, explica Brody. “Pero no encontraron una figura de ese tipo que hubiera sobrevivido y pudiera contar su historia. Hay referencias a Marcel Breuer y otros arquitectos importantes de la época de la Bauhaus, pero cuando este movimiento llegó a su fin tras la ocupación nazi no quedó nadie para honrar y contar su historia. Un drama en mayúsculas. Así que tiraron de imaginación y contaron la historia de un hombre que huye de esas penurias y las supera para llegar a América”.

Los ecos del Oscar que Brody ganó por El pianista en 2002 resuenan fuerte con esta nueva interpretación. “Ciertamente, el trabajo realizado para preparar el retrato de Szpilman me hizo comprender el sufrimiento y la pérdida que László deja tras de sí”, explica el actor. “Y luego está el viaje de un artista para encontrar su camino, reunirse con su mujer [interpretada por Felicity Jones] y reconciliarse con ese sufrimiento, inmortalizándolo en un legado que se plasma en la obra que consigue llevar a buen puerto. Pero el coste de todo esto, el precio y el impacto en su vida personal, es una historia muy compleja”.

El terrateniente Lee Van Buren (Guy Pearce) es quien le recibe en Nueva York y quien, al darse cuenta de que está frente a un genio, empieza a explotarlo astutamente, permitiéndole salir del anonimato en el que había caído y a la vez poseyéndolo (metafórica y no tan metafóricamente) como si fuera su amo y señor. Al fin y al cabo, la América encarnada por Van Buren no dista demasiado de la de hoy, en la que el talento y la libertad individual suelen encontrar salida al servicio de élites políticas y empresariales.

Brody está de acuerdo. “Todas las épocas arrojan verdades sobre la condición humana. En particular, sobre el angustioso viaje de un inmigrante que llega a una nueva tierra que, por desgracia, no es mucho más hospitalaria que las terribles circunstancias de su país natal que le empujaron a marcharse con la esperanza de encontrar un futuro”, comenta. “The Brutalist es una película histórica. Por desgracia, incluso en un contexto histórico hay cosas que parecen verdaderas y muy relevantes. Esa es la belleza de contar historias y de una película de esta naturaleza”.

Una belleza exacerbada gracias a la determinación de Brady Corbet por un cine hecho para el cine. Rodada en analógico, con sus casi cuatro horas de duración y una producción totalmente independiente, no se parece a nada de lo hecho en los últimos años. “Supone una experiencia única, porque hay tiempo para la reflexión y porque se puede establecer un paralelismo con algunas de las mejores películas de la historia”, comenta Brody.

“Me siento increíblemente agradecido por haber formado parte de ella. Ahora, compartirlo con el público será algo todavía más especial. Y creo que es muy importante que se experimente en un entorno cinematográfico adecuado a las circunstancias, no en un iPad ni en la televisión de casa. Se rodó en formato VistaVision y las copias se entregan en 70 milímetros, lo que supone un coste enorme sólo para producirlas, sin contar con sus varios cientos de kilos de peso. También se requieren 22 bobinas de película y un proyeccionista con mucha experiencia. En resumen, es un espécimen en vías de extinción. Así que, ahora que el público puede presenciarlo por el módico precio de una entrada de cine, creo que es algo muy emocionante”.

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Fotos: Carlos Álvarez-Getty Images

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