Carolina Yuste: «Tengo derecho al error, a ser incongruente e incluso superficial»

Yuste

Ha llovido mucho desde que quiso ser gogó en Ibiza. Intentó ser bailarina en Madrid hasta que Carmen y Lola le cambió la vida. Desde entonces, Arantxa Echevarría la elige siempre que puede y ha vuelto a hacerlo para La infiltrada.

Había sacado un hueco de 30 minutos para la entrevista, justo antes de los ensayos para una obra de la que se resiste a contar nada, pero Carolina Yuste (Badajoz,1991) acaba concediendo una charla de una hora, porque de su próximo proyecto aún no puede hablar, pero de casi todo lo demás, sí. Cuenta que no va a callar lo que piensa para “proteger su parcelita”, y de momento, no le va mal.

En su último papel en La infiltrada (en cines 11 de octubre), encarna a una policía nacional infiltrada en ETA durante ocho años.

¿Conocías la historia real de Aranzazu Berradre, tu personaje? La realidad de ETA te pilla lejos.

Es verdad que yo era muy pequeña y soy de Badajoz nuestra historia, aunque a ella no la conocía. He intentado tratarlo con mucho respeto, informándome y hablando con mucha gente.

¿Cómo afrontas las entrevistas con un tema tan sensible entrando en juego?

Desgraciadamente, a mí me da la sensación de que todavía nos cuesta mucho en este país hablar de nuestra historia desde el diálogo y sin que eso conlleve un ataque. Me cuesta mucho hacer este tipo de promo porque he conocido diferentes realidades y todavía hay muchas víctimas que tienen las heridas en carne viva y quién soy yo para decir algo que pueda herir.

Pero está bien reconocer quiénes hemos sido y sanar para poder avanzar. Yo sé que creo en el perdón.

Aunque nadie más de tu familia es artista, en tu primera obra coincidiste con tu madre.

Bueno, ¡es que mi madre es muy fuerte! O sea, mi madre es la mejor. Ha sido peluquera toda su vida. Entonces hicieron un montaje que se llamaba Las brujas y ahí trabajó ella. Una de las protas se fue y me dijeron si lo hacía yo, estaba estudiando interpretación. Fue la primera vez que me subí a un teatro y lo guardo con mucho amor porque es lavúnica cosa mía que pudo ver mi abuela.

¿Sabía ella que querías ser gogó?

[Se ríe] Nos estamos remontando muy atrás. Cuando era pequeña, mi hermana era camarera en Ibiza por temporadas y me hablaba de las bailarinas, como yo bailaba, pues quise ser gogó. Más tarde quise dedicarme a la danza y para eso vine a Madrid. En Extremadura, desgraciadamente, si tú quieres dedicarte a algo un poco más artístico, no había muchas opciones.

A estas alturas no esquivas ningún tema. ¿Has encontrado el equilibrio participando en el debate social como Carolina, sin personaje de por medio?

Me cuesta verme como referente de nada porque yo también me equivoco, viene alguien, me desmonta y cambio de opinión. Cuando empecé, debí de decir algo que hizo que la prensa me pusiera ahí y me preguntan, pero ya me pasaba antes, que si algo me enfadaba lo decía, pero ahora soy súper consciente del impacto que tiene lo que hacemos y decimos, aunque yo soy mucho más que eso y tengo derecho al error, a ser incongruente e incluso superficial a veces.

Pero cuando tienes el privilegio de elegir tus proyectos y las historias que cuentas, también te estás posicionando.

Totalmente. Ahora me puedo permitir decir que no y seguir pagando el alquiler tranquilamente, y ese privilegio conlleva una responsabilidad. Decidí dedicarme a esto cuando entendí el poder movilizador que tiene el arte. Soy consciente de que la ficción crea imaginario colectivo y derriba estructuras, y cuando elijo proyectos pienso en cuáles considero que iluminan el mundo, y digo que no si son tóxicos y venenosos. Hay algunos orientados a la gente joven que me dan miedo, como la idealización y el glamour de las drogas… y no se trata de no hacerlo, se trata del punto de vista. También creo que hay que hacer cine para divertirse y que bastante tenemos con la asfixia en la que vive alguna gente.

De hecho, también has hecho comedia social con Arantxa Echevarría, lo tuyo con ella es todo un romance de cine, has protagonizado cuatro de sus películas: Carmen y Lola te dio un Goya, luego vino La familia perfecta (2021), Chinas (2023), hasta hoy, con La infiltrada.

Lo primero que siento por ella es un agradecimiento total, Carmen y Lola cambió mi trayectoria definitivamente. Cada vez aprendemos más juntas y tenemos más confianza así que me atrevo más con ella. Me parece muy bonito acompañarse en este oficio que a veces es tan perro. Creo que ella me hace mejor.

Con tu primer corto, Ciao Bambina, codirigido con Afioco Gnecco, ganasteis premio en Málaga. ¿Cómo nace el impulso de dirigir?

Pues de la necesidad de contar mis propias historias, las que a mí me interesan, me ponen cachonda y me gustaría ver. Lo que he empezado con Este cuerpo es mío, el largometraje que nace de ese corto, viene del amor con mis colegas. Afi es amigo mío, es trans, es director de cine y quería grabar su proceso. Me he metido en un embolao que flipas, pero sin pretensión de que salga perfecto.

El documental está muy centrado en el acompañamiento, ¿ha cambiado tu perspectiva sobre el tema?

Justo, de lo que va esto es de acompañar y entender que todas las personas vamos transicionando, pero es un temazo porque hemos crecido en un sistema en el que el binarismo nos exige roles y comportamientos y también he aprendido de mí misma y de lo que se me ha impuesto. Puedo entender ciertas etiquetas para ser visible y habitar el mundo, pero mi experiencia en la vida es la que a mí me dé la gana. La sociedad exige a las personas trans que no lo parezcan, que lleguen a ser tan binarias como una persona cis. Aunque vienen unas generaciones que alucino con la apertura mental que tienen.

¿Cómo te sientes haciendo documental? Has hecho otros proyectos que ya tonteaban con este género que vive tan buen momento, como la obra Prostitución o No juegues con Carrie, que también dirigías.

Me gusta mucho. Creo que hay algo ahí que está muy vivo y te permite llegar a lugares sin hacer trampa. Hay momentos que somos Afi y yo grabando con el móvil en casa y hay algo de esa verdad que me engancha.

También participaste como narradora en el documental No estás sola reproduciendo el relato de una víctima de La Manada.

Ese caso nos reventó a todas. Yo recuerdo perfectamente que saliera la sentencia y echarme a llorar de rabia y salir a la calle. Puse mi voz a una de las víctimas y fue durísimo. Ellas están muy protegidas, todo estuvo muy oculto y no podía contárselo a nadie, así que no la vi, pero tuve la oportunidad de escuchar su voz en un encuentro.

Haces papeles con mucha carga social y te implicas fuera de rodaje, ¿te permites vivir frívolamente?

Es verdad que el cuerpo te revienta, me salen dolores por todos sitios de los niveles de estrés. Así que cuando puedo desconectar duermo tempranito, voy al rocódromo, hago clases de pole dance, medito, como bien, veo a mi gente… Soy muy básica y hago cosas que no tengan mucho que ver con esto, que es muy endogámico. Parece que tu personalidad es ser actriz y eso es agotador.

Me hablabas del sesgo de nacer en ciertos sitios, ¿pero también hay clasismo a la hora de recibir un papel?

Es de lo que más hay, constantemente y sin parar. Por mi apariencia se dan por hecho infinitas cosas en casting y a la hora de construir el personaje y pienso: ¿tú qué sabes de dónde vengo? Por esto agradezco a Arantxa el personaje de La infiltrada, creo que nadie más me lo habría dado a mí. Y hay otro sesgo, hacer una peli cuesta mucho dinero, qué persona de clase trabajadora puede pasar por todo el proceso de dedicarse a escribir, conseguir financiación…

Pero a ti ahora te va muy bien en un sector muy inestable, ¿has perdido la conexión y el miedo a esa precariedad de la que hablas?

Creo que no se pasa nunca, pero no quiero vivir con ese miedo y que me haga acumular, querer hacerlo todo y ganar mucha pasta, me haría pasar por el aro de cosas que no me hacen bien. Si el día de mañana no puedo ser actriz tendré muchas otras posibilidades de vivir.

¿Te has visualizado ya en alguna de ellas?

Me visualizo tumbada en el campo, dejando de trabajar, pero para eso hay que tener pasta. Tengo 33 años, queda mucho todavía, ahora me va bien, pero sabemos de muchos compañeros que pasan etapas chungas. Si me dejan de llamar querré vivir en paz y quizá volvería a Badajoz a vender tomates.

Fotos: Patricia J Garinuno-Getty Images

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