Rodrigo Cortés ha contado con Martin Scorsese como productor ejecutivo de su nueva película, Escape, la odisea tragicómica de un hombre roto (Mario Casas) que ha decidido apearse del mundo.
Por Nando Salvá
La literatura de Franz Kafka
“Yo diría que Escape es prima lejana de mi primer largometraje, Concursante (2007), que también tenía un espíritu muy kafkiano en cuanto que hablaba de otro personaje sumergido entre fuerzas que escapan a su control. Los viajes que ambas películas relatan, eso sí, son opuestos: si Concursante hablaba de un tipo que trata de liberarse de las ataduras que el sistema impone, el protagonista de Escape (interpretado por Mario Casas) ansía someterse a ellas.
En ese sentido, puede decirse también que este nuevo trabajo es el reverso de otra de mis películas, Buried (2010): si aquella era la historia de un hombre que quiere salir de una caja, aquí me fijo en un hombre que quiere entrar en ella. Por supuesto, cuando sales de una caja sueles acabar metido en otra”.
¿Una película políticamente incorrecta?
“Escape no siente la necesidad de adaptarse a las religiones imperantes del momento, se atreve a no protegerse demasiado a sí misma frente a la mentalidad bienpensante que impera, y permite que el espectador gestione la información que recibe de ella como mejor le parezca o como buenamente pueda; tengo la impresión de que cuatro espectadores que vayan a verla juntos al cine saldrán intercambiando opiniones muy distintas entre sí acerca de lo que han visto. Me gustaría que la gente se relacionara con Escape igual que nos relacionamos con ficciones como La naranja mecánica (1972), y me explico: la película de Stanley Kubrick no le impone ninguna mirada al público y no le da instrucciones.
Al contrario, nos respeta tanto que confía en que seremos capaces de digerir por nuestra cuenta lo que nos propone. Yo creo firmemente en esa actitud. Y espero que Escape se resista a acabar cuando acaba, y que permanezca durante días en las cabezas de sus espectadores, haciéndoles preguntas”.
Scorsese.
“Es mi ídolo y mi referente desde que yo era un chaval de 13 años y quizá la razón por la que me dedico al cine. Cuando leyó el guion tuvo una reacción entusiasta, me dijo que no se parecía a nada de lo que había leído antes, y que quería ayudar a convertir esas páginas en una película, sobre todo, porque era consciente de que iba a ser una tarea hercúlea. Durante el rodaje y el montaje yo le fui enviando fragmentos del trabajo que estábamos haciendo, y cuando tuve una primera versión completa de la película mantuvimos una larga conversación al respecto. En su transcurso, él no me dio consejos ni consignas; tan sólo me hizo preguntas, pidiéndome perdón antes y después de formular cada una de ellas y exhibiendo en todo momento una prudencia, un respeto y una educación extremos. Y al final de la charla me dijo: ‘No cambies ni un solo fotograma de tu película”.