Entrevista a Lyna Khoudri

Lyna Khoudri

La multiculturalidad de la sociedad francesa es un rasgo normalizado en su cine que cuenta con embajadores internacionales como Isabelle Adjani y Tahar Rahim. La última en destacar entre los hijos de la diáspora africana ha sido esta actriz, premiada en Venecia, protagonista de ‘Los tres mosqueteros’ y fichada por Wes Anderson.

Por Begoña Donat 

La trayectoria de Lyna Khoudri (Argel, 1992) está entreverada de heroínas cotidianas de su Argelia natal. De la estudiante de moda que se revela contra los radicales durante los primeros días de la Guerra Civil en el país en Papicha, sueños de libertad –papel por el que se alzó con el César a la mejor actriz revelación en 2020–, hasta el personaje con el que el próximo 30 de junio se asomará a nuestras pantallas, una estrella emergente del ballet que supera el trauma de una agresión a través de la danza en Houria. 

La primera está ambientada en los años 90, durante la llamada década negra, en la que el enfrentamiento entre el Gobierno y grupos islámicos rebeldes arrojó un saldo funesto cercano a los 200.000 muertos, 70 de ellos, periodistas. La segunda se contextualiza en la actualidad e incide en los llamados arrepentidos, terroristas reinsertados en la república norteafricana tras la violencia bélica.

Ambas han sido dirigidas por la cineasta argelina Mounia Meddour y comparten rasgos como la sororidad, el anhelo de la emigración y la resiliencia a través del arte, pero, sobre todo, arrojan una mirada comprometida hacia la región.

No son los únicos proyectos de Khoudri ligados a las sombras del país que la vio nacer. Ahí está también Nos frangins (Rachid Bouchareb, 2022), sobre la trágica muerte a manos de la policía de dos chavales de origen argelino en 1986 en los suburbios de París; Qu’un sang impur… (Abdel Raouf Dafrio, 2020), que sigue a un comando en los años 60, durante una misión en la Guerra de Independencia de Argelia; y Les Bienheureux, de Sofia Djama, sobre los ideales rotos durante la guerra, que le supuso el premio Orizzonti a la Mejor actriz en 2017 en la Mostra de Venecia.

Para mí el cine es política. A través de las películas y de mis personajes expreso mis opiniones y las expongo al mundo”, verbalizaba en una entrevista concedida a la revista Madmoizelle en noviembre de 2021.

Esa conciencia que traspasa la pantalla le viene de cuna. La artista es hija de una profesora de violín y de un periodista de televisión argelino amenazado de muerte por los islamistas. La familia tuvo que exiliarse ante el peligro inminente cuando Lyna contaba dos años de edad. Se refugiaron en el municipio francés de Aubervilliers.

La Internacional Comunista fue una de sus canciones de cuna. Desde adolescente ha hecho mucho trabajo humanitario y asociativo. “Es otra forma de compromiso. La política no es prerrogativa de los partidos”, distingue. 

De la mano de su progenitor, aprendió sobre el desencanto y la responsabilidad en igual medida que sobre el audiovisual. Así lo compartía en la emisora pública Radio France en febrero de este año: “Estaba acostumbrada a ver a mi padre en la pantalla. A menudo me sentaba con él en la sala de edición para los programas que producía en París y en Alemania, así que conocía este universo. Recuerdo acompañarlo a comprar cámaras, así que no era un objeto que me asustara, al contrario, a veces teníamos alguna en la sala de estar, como consecuencia, tenía la impresión de que eran un objeto que formaba parte de la familia y del que ya conocía todos sus códigos”. De modo que al comenzar en el cine, la debutante partió con ventaja

Su pasión, no obstante, fue, inicialmente, por las tablas. La actriz francoargelina era una adolescente tímida, que aprendió a expresarse en público gracias al teatro del absurdo. Ella misma se ha autodefinido como una olla a presión que iba acumulando ingredientes en las clases de arte dramático en el instituto, hasta que acabó detonando en textos de Beckett e Ionesco. Aprobó el bachillerato con una escena de La cantante calva.

“Al principio no entendía nada, pero me gustaba esa aparente ligereza. Cuando comprendí que también era una crítica a la sociedad, mi interés no hizo más que crecer”, compartía en abril en la edición francesa de Marie Claire. Durante años soñó con trabajar bajo las órdenes de dos de los más grandes dramaturgos contemporáneos en lengua francesa, Wajdi Mouawad y Pascal Rambert.

Este mes de febrero se hizo realidad con el segundo: en el Teatro Bouffes du Nord, representó Perdre son sac. Y ahora el autor ha anunciado que está escribiendo un texto a medida para la menuda y comprometida actriz. 

En el cine ha ido alternando las películas que remiten a sus orígenes con papeles comerciales, como el que le reservó Wes Anderson en La crónica francesa (2021), donde daba vida a una activista universitaria que reclamaba derechos utópicos; la superproducción Noviembre (París atacado) (Cédric Jiménez, 2022), una incursión de cinco días en los servicios antiterroristas franceses durante la búsqueda de los sospechosos del atentado yihadista en la sala Bataclan en 2015; y el de Constance Bonacieux en la nueva adaptación del clásico literario Los tres mosqueteros, cuya segunda entrega se estrenará en diciembre.

A la vista, tres películas muy distantes entre sí. La primera producción francesa de Disney+, Une zone à défendre (Romain Cogitore), donde interpreta a una ecoactivista; el debut en la dirección del director italiano Loris Lai, Roll, sobre la amistad durante la guerra en Gaza de un campeón de surf, un chaval palestino y uno israelí; y su primera incursión en la ciencia-ficción, L’emire, del reconocido Bruno Dumont, sobre una batalla extraterrestre encubierta en un pequeño pueblo del Norte de Francia.

Fotos: Sylvain Lefevre y Pascal Le Segretain (Getty Images)

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