Entrevista a María Vázquez, protagonista de ‘Los pequeños amores’: «Me moriré siendo actriz”

María Vázquez

Lleva más de 20 años en la profesión, pero ninguno como el último. A las satisfacciones, premios y nominaciones conseguidas con Matria se le suma ahora el estreno de Los pequeños amores, de Celia Rico. La intérprete gallega vive un gran momento profesional.

Por Àlex Montoya

“María se sumerge en los personajes sin miedos para, precisamente, encontrar los miedos del personaje y trabajar con ellos. Lo entrega todo y va de tu mano. Me emociona todo lo que le pasa por dentro y va aflorando en delicados matices, tiene que ver con su sensibilidad como actriz, pero también con la bellísima persona que es. Y, además, es pelirroja, ¿qué más se puede pedir?”.

Las palabras que de ella nos dice Celia Rico, su directora en Los pequeños amores (estreno en cines 8 de marzo), son la mejor introducción posible para la charla que ocupa estas páginas. Gallega militante, a punto de cumplir los 45, María Vázquez vive un gran momento profesional, con el reconocimiento y las nominaciones a mil premios cosechados con Matria, y ante el inminente estreno de esos Los pequeños amores que la convierten en una hija frustrada con una vida que se parece poco a la que había proyectado, y que se ve obligada a pasar un verano con su madre, con la pierna rota tras un accidente doméstico.

Adriana Ozores y Aimar Vega completan el trío protagonista de una película chiquita como los amores del título, pero mayúscula en emociones, que habla de ser madre, y, sobre todo, de ser hija, y de asuntos tan comunes como pintar la fachada de una casa, esperar un mensaje de whatsapp, pasear en bicicleta, tomarse un gazpacho, charlar bajo las estrellas o fumarse un porro.

La directora de Viaje al cuarto de una madre (2018) nos regala una película con ángel, que es también un lúcido retrato de la cotidianidad que interpela al espectador, porque, en el fondo, la historia de Ani y Teresa es la de cualquiera de nosotros.

Desde fuera parece que estás viviendo un momento profesional envidiable.

Desde dentro también, eh… ¡me pellizco todavía! Soy gallega y en Galicia siempre decimos: “Rite, rite, que
ya llorarás”. A ver cuándo viene la hostia [risas]. No me gustan nada los clichés, pero sí que reconozco que los
gallegos tenemos algo de esa cosa desconfiada con la vida. Tengo que hacer terapia para disfrutar de lo que me viene
y no pensar que va a ser una maldición, y que luego me llegará algo malo porque ahora me está yendo bien.

En 2007, con Mataharis y tu primera nominación a los Goya, tuviste un punto de inflexión. Pero el de ahora, con Matria y Los pequeños amores, parece más incuestionable.

Sí, yo ahora noto mucho la diferencia respecto a cuando era más joven. Estoy más asentada, con los pies más en la
tierra, y con la carrera más hecha. Me ha pillado después de mucho curro, de pico y pala, y ya no es un espejismo. Sigo trabajando, y me irá mejor o peor, pero tengo mucha conciencia de lo que es la profesión, y más capacidad de
relativizarlo todo, pero también de disfrutarlo. Porque siento que hay que aprovechar los momentos buenos y
pase lo que pase valoro el ahora. Y al final, es que yo he estado viviendo de mi trabajo, que es lo que quiero.

Me siento una privilegiada, porque tengo muchas amigas actrices, de la periferia como yo, y de más de 40 años como yo, que no están currando. Me siento muy afortunada, y creo que ya puedo decir que me moriré siendo actriz. Y, aunque sea otra cosa, seré esa otra cosa y actriz.

Como Matria, Los pequeños amores habla de la maternidad. O más bien de la hijicidad…

Es una película sobre dos mujeres discapacitadas emocionales que se juntan en la misma casa y que no son capaces de relacionarse de igual a igual. La peli es muy sutil al hablar de la soledad, del miedo al fracaso, y de que, sea como sea tu vida, al final, nunca es como la esperas. Es una película preciosa, que llega porque, aunque no haya un gran conflicto, aunque no les ocurra nada grave, a la vez les pasa todo, les pasa la vida.

Álvaro Gago, tu director en Matria, te define como una actriz flexible, que corre riesgos, que escucha y trabaja en favor del otro. ¿Te reconoces?

¡Qué majo! De alguna manera, sí, sobre todo, cuando tengo buen feeling con quien dirige. Si no, puedo ser un poco
tocapelotas [risas], pero sin querer, por pura necesidad de comprender el universo del director o directora.

Cuando no lo entiendo, me convierto en un conflicto puro. Cuando sí lo entiendo, intento remar a favor y estar
todo lo disponible que sea capaz.

Matria en Galicia, o Los pequeños amores en Catalunya, forman parte, como ocurre también en Euskadi o en Andalucía, del auge de un cine hecho lejos de Madrid.

No sé si se cuentan más historias desde la periferia, porque al final no son tantas, pero sí están funcionando. Y eso está muy bien porque cuanto más concreto es uno, y cuanto más concreto es el conflicto, en el fondo es más universal. No sé por qué están funcionando estas películas ahora, pero me encanta que ocurra, creo que es importantísimo para que el resto del estado comprenda nuestras diferencias, y que se eliminen prejuicios que muchas veces son más políticos que reales.

Somos diferentes, ni mejores ni peores, y no se deben despreciar esas lenguas porque nos enriquecen como país.

Hay que ser muy militante para rodar una película en catalán, en gallego o en euskera.

Claro, muy militante y muy consciente de que pueden desaparecer en breve, y que no lo podemos permitir. Creo que,
en Galicia, además, hay una diferencia respecto al País Vasco y a Catalunya: hablar gallego se asociaba a incultura,
a ser paletos, y entonces eso se añadía a todos los otros conflictos asociados a 40 años de dictadura franquista.

Aún hay gente que asocia el gallego a ser analfabeto, a ser de pueblo, como si fuera algo despectivo. Entonces el
gallego se perdió en las ciudades, y, de hecho, se está luchando para que no se pierda del todo, pese a que haya quien
diga por ahí que en Galicia hay mucha gente que no sabe hablar castellano. ¡Es imposible no saber hablarlo! Ni en Galicia, ni en Catalunya, ni en el País Vasco.

Viajo al pasado porque mi primer recuerdo de María Vázquez es en Raquel busca su sitio, una serie de la que te confieso que era fan.

Mucha gente me lo ha dicho. Yo también la tengo mucho cariño, fue mi primera serie. Encontré a un equipo estupendo, y estaba Nancho Novo, que es gallego y fue como un padrino para mí. Y a raíz de Raquel busca su sitio (2000) me salieron otros trabajos.

Montxo Armendáriz la vio y me llamó para hacer Silencio roto (2001), que fue mi primera peli.

Te dirigió y te puso un mote…

Sí, Guindilla [risas]. Me encantó, y a mi familia también y me lo llaman mucho. Entre que siempre me estoy moviendo y que soy un poco tocapelotas, ¡Guindilla! [risas]. Después hice con Leonor Watling otra peli, Deseo (2002), porque Gerardo Vera nos había visto juntas… Y de ahí llegaría también Mataharis.

Ese fue tu primer punto de inflexión, con la nominación al Goya. Pero decidiste volver a Galicia…

Mataharis hablaba de los límites entre lo profesional y lo personal, y de cómo una persona podía ser capaz de dejar toda su vida por ser alguien en su trabajo. Y de repente a mí me empieza a ir bien y yo me cago, y digo: “¿Esto es lo que quiero en la vida? ¿Es lo que imaginaba que era ser actriz?”. De repente me petó la cabeza, ya no estaba segura de si quería seguir actuando, de si había dejado de lado a mi familia, mi tierra, mis amigas… y me quise ir de Madrid.

También pasó que mi pareja tuvo una enfermedad y necesité parar y volver a Galicia. No lo supe gestionar. Después volví con muchas ganas, y con las ideas muy claras de lo que quería, y de cómo lo quería, de que no me importaba vivir con menos, pero haciendo también un tipo de trabajos determinados. Me hizo otra persona, no sabré nunca qué habría pasado de no haber parado, pero no me arrepiento.

Conecta mucho con lo que hablábamos antes de la militancia, me suena a estar comprometida con la profesión, pero también y, sobre todo, contigo misma.

Efectivamente, pero va todo un poco mezclado, porque yo creo que, al final,c vivo cómo actúo, actúo como vivo y hago lo que puedo para ser lo más coherente posible dentro de esta sociedad loca que muchas veces te hace ser incongruente, porque ¿cómo se convive con amigas que pasan penurias y, al mismo tiempo, cruzando alfombras rojas con un vestido de 3.000 euros? Supongo que sin perder de vista una realidad, la de la gente que está tu alrededor y lo pasa mal.

Fotos: Carlos Álvarez (Getty Images)

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