Conoció los monólogos de Miguel Gila gracias a los especiales de Navidad de la tele, cuando tan sólo era un crío con un abuelo al que no le faltaban chistes para animar a cualquiera.
Ahora, estrena ¿Es el enemigo? La película de Gila sobre la vida de aquel humorista que demostró a todo un país que no hay nada de lo que no podamos reírnos.
Por Enid Román Almansa
Fue su abuelo el que, con un par de monedas que aparecían tras la oreja y muchos, muchísimos chistes de barbero, consiguió que un todavía enano Oscar Lasarte (Dénia, 1996) se interesase por divertir a la gente. De pequeño decía que quería ser policía –“Me parecía la manera más obvia de ayudar a las personas, ¡es lo más cercano a un superhéroe real!”– y, sin embargo, empezó con el teatro a los siete añitos, con la magia a los ocho y con los monólogos a los 12.
Viendo dónde ha acabado a sus 28, haciendo espectáculos de magia y protagonizando ¿Es el enemigo? La película de Gila (estreno en cines 13 de diciembre), en la que da vida al propio Miguel Gila, quizá lo de vestirse de uniforme nunca fue una opción real, pero que nadie se lo diga a su yo de la infancia. Porque policía no ha sido, pero tampoco mago, actor, ni mucho menos artista. Le parece demasiado pretencioso definirse así. “Me siento todo y no me siento nada en realidad… Tengo que pagar el alquiler, ¡que ya es bastante!”, dice riendo. Pero, sólo por el propósito de esta entrevista, digamos durante 20 minutos que, tras su experiencia como protagonista de su primera película, es, definitivamente, actor.
Y es que no cualquiera puede interpretar a Miguel Gila, con su acento, su saber estar y, por supuesto, su gracia, así que, para conseguir el papel, Lasarte utilizó una técnica arriesgada, pero infalible: seguir los pasos de Jim Carrey. “Él iba a hacer el casting para interpretar a Andy Kaufman, grabó los sketches del cómico y los puso en la tele mientras hablaba con el director. Cuando este estaba a punto de irse, le dijo: ‘No sé si has visto la tele’. Cuando la miró, vio que era Jim Carrey y que no se había dado cuenta de la diferencia”, cuenta. Él hizo algo parecido.
“Cogí El libro rojo de Gila, que es en el que está basada la película, y cambié la foto de portada por una foto mía con un poco de Photoshop cutre”, explica. “Cuando llegué al casting, le dije a Alexis [Morante, director]: ‘Estoy leyendo este libro para informarme mejor’, se lo di y lo dejó a un lado. Hice el casting y, antes de irme, le dije: ‘Oye, por si os ayuda un poquito más a decidir, quiero que veáis esto’. Alexis se quedó como diciendo: ‘¿Por qué me da el libro otra vez?’. Cuando lo vio, empezó: ‘Hostia, hostia, ¡que es él!’, y le hizo una foto. Después, en el rodaje, me lo firmó”. Hay que tener cierto saber estar y gracia para hacer eso, ¿no?
GILA AL TELÉFONO
Entre aquello y que Lasarte llevaba desde los 14 años imitando al humorista, hay quien diría que tenía todas las de ganar. “El primer monólogo de Gila que entendí en mi vida fue el de ‘Y, ¿Cuántos van a ser? Hala, qué bestias. Yo no sé si habrá balas para tantos. Bueno, nosotros las disparamos y ustedes se las reparten”, repite. La entrevista es por teléfono –¡qué oportuno!– y, por un momento, al oír al intérprete recitar esas frases, se diría que es el propio Gila el que habla al otro lado. Sin embargo, no es que el intérprete tuviese precisamente un don innato para imitarlo y, si no, que se lo pregunten a las mujeres de su familia. “Me gustaba tanto ese monólogo que lo llegué a meter en mi show de magia y, a las dos veces que lo hice, mi madre y mi abuela me dijeron: ‘Quítalo, que no te sale muy bien”, ríe al recordarlo. “Entonces yo no tenía la voz pillada, en defensa de mi abuela y de mi madre”. Igualmente, y para tranquilidad de ellas, ¿Es el enemigo? La película de Gila no se ha hecho para mostrar una imitación exagerada del humorista. “Trabajé mucho con Alexis porque lo que querían era algo inspirado en Gila”, aclara Lasarte.
“Intentamos mezclar la voz que conoce todo el mundo, la de los monólogos, con la que nosotros creíamos que era su voz porque, al fin y al cabo, él adquirió ese acento tan característico cuando se mudó a Zamora”. Para que el público viese en él al Gila de siempre, hubo que contar con una pequeña licencia cinematográfica. “En realidad, hemos hecho un poquito de trampa, porque la etapa que contamos nosotros es anterior a que él adquiriera ese acento. Tuvimos que hacer una mezcla y creo que eso fue lo más complejo”.
Para lograrlo, lo que más le ayudó fue ver la película El hombre que viajaba despacito (1957), de donde sacaron el tono de voz que más se aproximaba a lo que querían contar. Se refiere a las vivencias del humorista en 1936, cuando la Guerra Civil le obligó a él y a su amigo Pedro (Carlos Cuevas) a apuntarse a la lucha, lo que inspiró las historias que más tarde hicieron reír a todo un país. Aunque, para ser justos, director y actor no lo hicieron del todo solos. Malena Gila, hija del humorista, estuvo presente para responder a todas sus preguntas el tiempo que duró el rodaje, e incluso mucho antes de que empezaran a grabar. “Estuvo allí desde que hicimos la primera lectura”, comenta Lasarte. “Estaba muy emocionada y a mí me hizo una ilusión tremenda conocerla porque, al final, también ha tenido que ser fuerte para ella, ¿no? Yo lo pienso y digo: ‘Hostia, me ponen una película de la vida de mi padre y creo que le veo de otra forma”, reflexiona. “De hecho, pasó una cosa muy bonita aquel día. Nos fuimos a cenar con los productores y, cuando volvimos al hotel, antes de meterse en el ascensor para irse a su habitación, me dijo: ‘Buenas noches, papá’. Y fue como: ‘¡Ay, no! ¡Me muero!’ Le contesté: ‘Buenas noches, hija, que descanses”. Y ahí está de nuevo, ese acento inconfundible al otro lado del teléfono.
EL TÍO DE LOS CHISTES
“Mi padre decía que no había nada de lo que no pudiéramos reírnos, hasta que estalló la guerra”, se oye afirmar a Lasarte en el tráiler de la película. Gila no opinaba lo mismo sobre ese límite bélico, y el actor, tampoco. “¿Sabes lo que te decía de mi abuelo? ¿De qué era el típico señor que te contaba chistes? Pues eso es algo que nos inculcó mucho a mi familia y a mí: no podemos tomarnos todo muy en serio, ni siquiera a nosotros mismos, hay que reírse de todo, y ya está”, sentencia.
Y no lo dice a la ligera. Ni mucho menos. “Es más, me acuerdo de un momento en el hospital con mi abuelo, que estaba de cuerpo presente porque acababa de fallecer. Estábamos todos los primos a su alrededor, súper serios, llorando. De repente, mi tía saca unos clínex y, según los saca, vemos que son de Cars porque tiene dos nenes chiquitillos. Lo único que hizo fue quedarse mirando el clínex y todos empezamos a reírnos”, recuerda. “Y va a sonar mal, pero en su funeral también nos dio un momento en el que nos reímos muchísimo y es que, al final, ¡seguimos siendo los nietos de Pepe, que era el tío de los chistes!”, dice orgulloso antes de concluir un poco –sólo un poco– más serio. “Creo que el humor te ayuda a quitarle esa gravedad a las cosas graves de la vida. Hay que tratar de reírse de todo. Si hay algo que no te hace gracia y de lo que no te puedes reír, es porque tienes una herida por curar. Pero ahí la risa ayuda mucho. La risa es como un bálsamo para todo lo que duele”. Y parece que vuelve a estar Gila al otro lado de la línea.
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