Después de una buena racha de comedias, Juana Macías (Fuimos canciones) escribe, junto a Isa Sánchez (El ministerio del tiempo), y dirige Las chicas de la estación, sobre el caso real de abusos sexuales a menores tuteladas en Palma de Mallorca.
Por Laura Sanz
A través de Jara, Álex y Miranda, tres chicas que han crecido en un centro de menores sin saber qué es el amor sin condiciones, pero que se agarran a la vida y harán lo que sea para ir al concierto de su trapera favorita, Juana Macías lleva a la pantalla la trama de abusos en los centros de menores de Palma de Mallorca: “Me impactó mucho todo lo que leí en prensa, le di vueltas a hacer un documental, pero con la ficción podía ser más libre con el relato y el espectador podía empatizar con lo que les estaba ocurriendo”.
Interpretadas por Salua Hadra, Julieta Tobío y María Steelman, las tres adolescentes se verán inmersas en un mundo que en ocasiones produce asco, tristeza e impotencia, y que parece salido de la ficción más retorcida, pero que ocurrió en la realidad. Y precisamente para acercarse a la verdad, Macías eligió actrices debutantes, y no sólo las encontró, si no que dos de ellas también han vivido durante años en centros de menores. “Las buscamos durante meses en centros, institutos y en redes”, cuenta la directora. Aunque trabajaron sobre un guion cerrado, recuerda que les preguntó si creían que reflejaba la vida en el centro: “Les pareció creíble y hay sensaciones sobre la cotidianidad del día a día y estar separadas de su familia que obviamente han incorporado al personaje”.
Y, sin embargo, en medio de toda esta oscuridad, se hace la luz, porque Las chicas de la estación se asoma a un abismo difícil de mirar donde se abren paso las amigas, la música y un retrato luminoso y tierno de la adolescencia. “En la prensa había mucha culpa y quería irme de ahí y retratar su mundo, el momento vital en el que estaban, una edad llena de energía, amistad y en la que se da importancia a sus relaciones”, relata y, por eso, “el caso que destapa la trama aparece bastante avanzada la peli”.
Pero, no hay universo juvenil sin música, y aquí el trap es buena parte del lenguaje a través del que se comunican y está estudiado a fondo. Albany, Gata Cattana, Kitty110, La Zowi… son algunos nombres que ponen palabras a los personajes a través de sus letras. “Las canciones están muy conectadas a su momento emocional”, cuenta Macías. “La letra estaba colocada en el guion y algunas las cantan ellas. Hice búsqueda durante la escritura y después otra con la asesora musical Aída Camprubí”.
La historia emplea un caso particular como reflejo de una problemática general que Macías ha documentado con ayuda de psicólogos y directores de centros para que, como se aclara en la película, se entienda que “no existen los niños y niñas prostitutas, todos son víctimas de abuso”.
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