David Trueba dirige Saben aquell, una mirada al camino que llevó a Eugenio Jofra a convertirse en una de las grandes figuras del humor de nuestra historia. David Verdaguer y Carolina Yuste iluminan esta triste historia de amor, renuncias y éxito por sorpresa.
Por Àlex Montoya
Cada vez que subía a un escenario repetía idéntica liturgia. Tras unos minutos previos de soledad en el camerino, vestido de negro, se sentaba en un taburete, a mano tenía un vodka con naranja en vaso de tubo y un paquete de Ducados. Encendía un cigarrillo, aspiraba profundamente y dejaba ir una nube de humo, alargaba el silencio unos instantes y comenzaba. “¿El saben aquell que diu…?”, y se dejaba llevar, poseído por su otro yo, el de genial contador de chistes que han pasado a formar parte de la memoria emocional de cientos de miles de personas.
Eugenio Jofra i Bafalluy (Barcelona, 1941- 2001) fue el primer sorprendido de su éxito, que le llegó de forma inesperada. Antes, dejó su trabajo como joyero para formar un dúo musical con Conchita
Alcaide, una delineante que prefería las canciones a los planos, y que se convirtió en el gran amor de nuestro hombre. Els Dos, así se hacían llamar, interpretaban temas populares, a menudo con mensaje, siguiendo la tendencia de la Nova Cançó en aquella bulliciosa Barcelona de los años 60, en la que el aperturismo trataba de calmar las ansias de libertad de un país inmerso en las tinieblas del franquismo.
Cuando Conchita tuvo que ausentarse durante unas semanas, y volver a su Huelva natal para cuidar de su madre, Eugenio tuvo que tomar la responsabilidad, a su pesar, de actuar en solitario en el pub donde solía tocar la
guitarra, acompañando a su esposa. De vez en cuando, entre canción y canción, contaba alguna anécdota, y la gente se tronchaba. Solo ante el peligro, nació el humorista, el cuentachistes. Se corrió la voz y, en menos que canta un gallo, Eugenio era un fenómeno.
Primero en Cataluña, donde sigue siendo toda una leyenda; muy pronto en toda España. Cuarenta y tantos años más tarde, David Trueba recibió la propuesta de poner imágenes a la vida del cómico, a partir de un guion escrito por Albert Espinosa (Pulseras rojas). Explica el cineasta: “De entrada me interesó el hecho de que alguien se convierta en cómico de manera accidental, sin tener ninguna vocación. Cómo el destino, a veces, decide por uno más que sus propias decisiones”.
En 2018 se estrenó un documental sobre el artista, que abría el foco y tocaba también la decadencia de Eugenio Jofra, su descenso a los infiernos de las adicciones. Pero Trueba no quiso llegar hasta ahí. “Ya hay muchas historias de degradación y drogas, y son todas más o menos iguales. Tienen su interés, pero a mí me interesaba más la construcción del personaje y la historia de amor con Conchita”, cuenta.
Saben aquell abarca 13 años de la vida del humorista, desde 1967 hasta 1980; desde que se cruza con Conchita hasta que ella fallece, marcando un punto de inflexión en la trayectoria vital del protagonista. Con la complicidad de David Verdaguer (Verano 1993) y Carolina Yuste (Carmen y Lola) encabezando el reparto, Trueba propone una mirada
tierna y cariñosa (“Creo que eso es muy común en todo lo que hago, en mi trabajo nunca intento retratar a nadie que no comprenda”) que no esconde los claroscuros de un tipo que llevaba la tristeza a cuestas mientras regalaba carcajadas a quienes le escuchaban entusiasmados.
“Era un tipo que prefería estar en el dentista que contando chistes sobre un escenario”, apunta un Verdaguer que regala una extraordinaria composición de un personaje icónico. “David me insistió mucho en que no quería una imitación. Buscaba que atrapara la energía de Eugenio, y que no me agobiara. No lo conseguí, porque no soy un actor de método y suelo trabajar de fuera hacia dentro, y me agobio. Entonces me ayudan mucho elementos como el vestuario o el maquillaje. La barba era mía, pero la nariz es postiza. Y ahí me agarré. Esa máscara me daba mucha tranquilidad”.
El actor confiesa que empatizaba con varias de las características del personaje: “Yo también fumo, y no digo que sea depresivo, porque me parecería que estoy banalizando la enfermedad, pero sí soy un tío negativo. No doy bajón, pero sí, soy pesimista. Y, como él, también tengo pánico escénico, sobre todo, cuando hago teatro. Y luego está el
síndrome del impostor”.
“Es que yo creo que ese síndrome lo tenemos todas las personas más o menos coherentes y serias, ¿no?”, añade Trueba. Cuando alguien es suficientemente humilde, ha de reconocer que muchas de las cosas buenas que le suceden no son solamente fruto de un merecimiento.
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