Belén Funes tras su éxito en el Festival de Málaga con ‘Los Tortuga’: “Estoy aquí abriendo las puertas de mi familia para que todo el mundo entre”

Los Tortuga

Han pasado seis años desde que La hija de un ladrón la puso en el mapa. Con Los Tortuga, la potente voz de Belén Funes regresa con un relato sobre relaciones maternofiliales, duelos traumáticos, inmigración, precariedad y conflictos de clase.

“Tortuga les llamaban. Les decían así a los que se iban del pueblo, por la mochila, y porque se lo llevaban todo a cuestas. Se iban a Catalunya porque aquí se morían de hambre”. En unas viejas fotos en blanco y negro, enmarcadas y colgadas de las paredes de una casa de pueblo jienense, vemos a hombres y mujeres de distintas generaciones que, cargados con lo poco que poseían, dejaban atrás sus raíces para echarlas en otra parte. Uno de ellos fue Julián, que llegó a Barcelona con lo puesto. Tiempo después, y ya fallecido, su viuda chilena y taxista y su hija universitaria y catalana de primera generación regresan a Andalucía para visitar a la familia.

En pleno proceso de duelo y al borde del abismo emocional, Delia (Antonia Zegers) y Anabel (Elvira Lara) deben lidiar con el dolor de la pérdida, pero también con las derivadas de un exilio forzoso que pone su identidad en constante jaque, y las de un eterno conflicto de clase marcado por la precariedad y la sombra de un desahucio.

Hay una arquitectura de guion en forma de intersección, con una serie de temas que afectan a una mujer que atraviesa un proceso muy íntimo, de duelo, a la vez totalmente condicionado por su propia circunstancia de presente: Delia es una mujer que, a día de hoy y en una ciudad como Barcelona, lo tiene absolutamente todo en contra. No sólo a nivel sentimental, con su bloqueo y su incapacidad para asumir la pérdida, también a nivel práctico, con un muy precarizado trabajo de taxista del turno de noche, algo que no parece destinado a mujeres, y que además está a punto de perder su vivienda”.

Nos lo cuenta la barcelonesa Belén Funes, hija de jienense como la Anabel de la película, y cineasta que, con su segundo largometraje, este fabuloso Los Tortuga que nos ocupa, reconfirma la potencia de una voz que ya apuntaba su celebrada ópera prima, La hija de un ladrón (2019), con la que ganó el Goya a la mejor dirección novel. Ahora, Funes sigue hablando de asuntos tan íntimos como universales a partir de la relación entre una madre y una hija.

“No solamente es una cuestión de capas temáticas”, explica la directora. “La película también está llena de capas de universos: las taxistas de Barcelona, la universidad en la que Anabel estudia Comunicación Audiovisual, el edificio en el que viven y del que van a ser desahuciadas junto a los vecinos y la familia de agricultores de Jaén”. El choque entre lo rural y lo urbanita sirve como telón de fondo y se añade a un contexto de esos pequeños universos convergentes y marcados por el pasado.

El del padre fallecido, pero también el de una madre que, explica la directora, “vive una doble despatriación. En sumomento abandonó Chile, se enamoró de un andaluz y tuvo una hija catalana. Y empezó a vivir en una Barcelona que ahora la está expulsando. Pero ya no puede regresar al Chile que conocía, porque de aquello no queda nada. De alguna manera, es un personaje que no tiene ni pasado ni futuro”. Otra cosa es la realidad de una Anabel en tránsito de la adolescencia a la adultez y en permanente conflicto en la construcción de su propia identidad. Para ella, sí debería existir esperanza.

LA FICCIÓN QUE NOS EXPLICA

¿Hasta qué punto Los Tortuga te explica? Le preguntamos a Belén Funes: “Creo que en los cineastas siempre existe esa cosa de preguntarnos de dónde venimos. No es una película autobiográfica, pero sí muy basada en cosas que he visto, vivido o preguntado. Mi padre es jienense y se vino a Barcelona a trabajar. Y decidí escribir sobre este tránsito. Empecé cuando me enteré de que las cuatro cuerdas de olivos que nos había dejado mi abuelo, que era agricultor, se iban a vender en pro de las fotovoltaicas. Entonces pensé que era muy fuerte no haber rodado nada en Jaén. Y pensé que una película era una gran fiesta de clausura para una parte de mi historia familiar. El cine también sirve no tanto para explicarme como para poner en orden asuntos que han ido sucediendo y que, descontextualizados, no consigo entender o darles la dimensión correcta. Hay un ejercicio de intimidad, sí”, admite. Y sigue: “Hay cosas en la película que me daba pudor mostrar. Estoy aquí abriendo las puertas de mi familia para que todo el mundo entre y vea lo que hacemos, por ejemplo, en Navidad. De algún modo, ha sido un ejercicio de superación de ese pudor. Quizás me expongo demasiado, pero una vez empecé ya no tenía freno”.

La cineasta se ríe cuando le señalamos su parecido físico con la joven Elvira Lara, menudo debut ante la cámara el suyo, y qué estupenda química tiene con “su madre” Antonia Zegers, leyenda del cine chileno gracias a films como Los perros o El Club. “Debería venir Freud a explicarlo. Bueno, Marçal dice que me buscaba a mí misma con 17 años. Es el dios del cine que estaba allí y me puso a Elvira delante”, concede, tras contarnos cómo, en plena desesperación tras ver a casi 800 chicas, la directora de casting Cristina Pérez encontró a la futura actriz novel en el metro y le propuso presentarse a las pruebas. “En cualquier caso, yo me veo en Anabel, pero también en Delia”, cuenta Funes.

LA CONTEMPORANEIDAD DEL CINE

Belén Funes ha citado a Marçal Cebrian, pareja de vida y coautor de su cine. “Nunca haré una película sin Marçal”, afirma con contundencia. “Me lo va a tener que pedir él, porque no me hago a la idea. Confío muchísimo en su criterio. De hecho, Los Tortuga también nace de una obsesión muy suya, la de hacer películas muy contemporáneas y muy de presente. Que puedas volver a ellas dentro de 40 años, revisarlas y que nos expliquen. Evidentemente, la tesitura de presente para una persona precarizada en esta ciudad está en la vivienda. Nosotros nos íbamos todos los viernes al Sindicat de Llogateres (Sindicato de Inquilinos) y hablábamos con personas que sufren procesos de violencia habitacional. Nos resulta muy difícil desvincular esa vertiente casi periodística del cine. Nos cuesta mucho y hemos decidido asumirlo. Tiene que ver con no estar tan preocupados por los relatos universales como por la contemporaneidad que puedan tener las películas”.

En este sentido, hay mucho de posicionamiento político en el retrato de las clases menos favorecidas de Los Tortuga o de La hija de un ladrón. “En mi caso, es muy normal hacer las películas que hago, porque me ha gustado un tipo de cine que sirve para contar el presente de los países, de territorios y personajes, y es lo que le da sentido a hacer cine. No de hacer propaganda, ¿eh? Eso no me interesa, como tampoco lanzar mensajes. Pero el cine puede tener muchos usos y restringirlo a uno es reduccionista. Aunque aquí podríamos entrar en otra conversación, porque a veces el cine más blanco… no hay mayor posicionamiento político que la falta de posicionamiento. Hablar de la intimidad de unos personajes expuestos a un presente es lo que a mí me levanta de la silla y me lleva a hacer películas”, remata.

También te puede interesar:

© REPRODUCCIÓN RESERVADA