Es la gran sorpresa de Polvo serán. Carlos Marques-Marcet la descubrió en los escenarios y tuvo la corazonada de que esta barcelonesa de 37 años encajaría como hija de Ángela Molina y Alfredo Castro en su historia de amor, muerte, música y coreografías tan desconcertantes como hipnóticas. En su primera experiencia ante la cámara, deslumbra.
Por Àlex Montoya
Se entusiasma al hablar del lado más raro de su profesión (o no raro, aunque un poco sí). Casi se sonroja cuando le contamos algunas de las cosas bonitas que sobre ella nos ha escrito Carlos Marques-Marcet. Y le brillan los ojos y se sigue sorprendiendo cuando recuerda cómo vivió su llegada a Polvo serán (en cines 15 de noviembre) y el proceso creativo que desarrolló el equipo. Mònica Almirall (Barcelona, 1987) no había hecho cine jamás, ni siquiera la habíamos visto en ninguna serie de televisión, que suele ser la entrada natural al audiovisual de decenas de intérpretes curtidos en los escenarios. No es su caso.
Pero vayamos por partes: Polvo serán es la nueva parada de un tren conducido por Marques-Marcet que viene recorriendo distintas caras de la intimidad desde perspectivas más o menos insólitas: de la fortaleza de una relación cuando se pone distancia de por medio (en 10.000 km.) a los vericuetos de la maternidad (en Tierra firme y Los días que vendrán), para, ahora, ofrecer una mirada desconcertante e hipnótica de la recta final de la vida. Los protagonistas de Polvo serán son una mujer con una enfermedad terminal y un marido que, tras cuatro décadas juntos, no concibe seguir sin ella, y que decidirá acompañarla hasta las últimas consecuencias en su decisión de evitar agonías y adelantar su muerte. Ante la cercanía de un viaje a Suiza para terminar la vida con dignidad, el matrimonio debe afrontar un último y doloroso paso: comunicar su firme determinación a sus tres hijos.
Y una de ellas, Violeta, la más presente en el día a día de los padres, es la que más interrogantes planteará a lo que está por venir. Más allá del tema, esa misma eutanasia que vertebra también La habitación de al lado, de Almodóvar, o ese acompañamiento en la recta final que encontramos también en Los destellos, de Pilar Palomero, lo que convierte al último filme de Carlos Marques-Marcet en algo único son sus oníricos números musicales. Con música de Maria Arnal y coreografías a cargo de la compañía La Veronal, este paseo por el amor y la muerte usa el cuerpo y la danza contemporánea para acercarse a pensamientos y emociones que las palabras difícilmente pueden transmitir.
RARO O NO, ESA ES LA CUESTIÓN
Violeta es el personaje que interpreta la protagonista de estas páginas, una Mònica Almirall que, desde su inexperiencia ante las cámaras, planta cara, y de qué manera, a dos monstruos del cine como son Ángela Molina y Alfredo Castro. Vista Polvo serán, nos vienen a la cabeza poquísimos debuts a los treinta y tantos tan luminosos como el de esta intérprete con largo recorrido en ese teatro que ella define, con cierta sorna, como “raro”.
Formada en el Institut del Teatre, en 2011 fundó junto a dos compañeros de promoción, Albert Pérez y Miguel Segovia, la compañía A Tres Bandes, con la que ha levantado propuestas escénicas como Aspecte global d’una qüestió o It Don’t Worry Me. “Siempre me ha interesado un teatro, o un arte, más híbrido, interdisciplinar. Defiendo que lo que hacemos con mi compañía es teatro, porque nos hemos colocado en los márgenes y ahora hay gente que nos considera raros, y esto nos hace un flaco favor, a nosotros mismos, pero también al propio teatro, porque entonces se reduce a algo muy escaso. Mi carrera ha incluido creaciones que no parten de un texto teatral, sino de otros impulsos, como la pintura o la música, con la voluntad también de que los espectáculos no fueran tan narrativos, y sí más abstractos. Entonces, aunque mis herramientas son de actriz, siempre ha habido una mirada de dramaturgia y dirección en lo que hacía”, razona.
Los raros pluridisciplinares, los raros experimentales, los que investigan nuevos lenguajes escénicos. ¿Los raros con orgullo de serlo? “Sí, aunque llega un momento que ves que llevas 15 años siendo emergente y rara. No, yo hago teatro y pienso que lo que hago es parte también de un teatro más experimental, quizás, pero muy necesario. Que se sale de lo convencional, porque lo convencional da muy poco margen. Ese teatro toma un texto y lo escenifica. Hay una forma codificada más o menos naturalista de enfrentarse a estos textos. Pero en un teatro más híbrido como el que hacemos con mi compañía o con otras de mi entorno, el texto y el arte del actor pasan a ser dos colores más de la paleta, y pueden ser tan importantes como el espacio sonoro, por poner un ejemplo. Hablo de un teatro más abstracto, menos figurativo, más atmosférico, menos narrativo”.
Fue tras ver a Almirall en una función titulada Opening Night, precisamente creada por La Veronal, cuando Marques- Marcet se convenció de que esa actriz tenía algo especial: “La convocamos al casting sin conocernos, precisamente para eso, para conocernos, porque no estaba seguro de que fuese un papel para ella, pero tenía la corazonada de que trabajaríamos juntos. Hizo tres pruebas, a cada cual más incontestable, pese a que también probamos con otras actrices increíbles que no pasaron la decisión fácil. Pero es que Mònica es una artista total, la verdad es que me encantaría hacer una película con 20 Mònicas haciendo todos los papeles, como en aquel corto de Buster Keaton”, cuenta el director.
“No sólo te lo puede hacer todo, si no que encuentra la manera de hacerlo único y diferente cada vez. Es una de las actrices más disciplinadas que conozco y a la vez nunca deja de sorprenderte en sus propuestas, que no se parecen a las de nadie más. Mònica tiene alma de poeta, poeta cotidiana, del día a día, conjugando lo sublime con lo ordinario como uno nunca se espera que fuese posible”.
EL ROL DEL ACTOR-AUTOR
“¡Carlos, te quiero!”, exclama Mònica cuando le leemos las palabras que el cineasta le dedica. “Fui muy tranquila al casting porque estaba convencida de que no me elegirían. Pero me llamaron para una segunda prueba, ya con Ángela Molina, y fue muy guay, ya sólo por conocerla, porque seguía pensando que no me cogerían. ¡Y resultó que sí! Fue una sensación increíble, porque el guion me había encantado, y enseguida vi qué tipo de director es Carlos, la libertad que te da, lo claro que tiene lo que quiere”, recuerda.
“Como Carlos sabía que este era mi primer contacto con el audiovisual, trabajó primero conmigo durante 10 días, le ayudé a hacer el casting con mis hermanos del filme [Patricia Bargalló y Alván Prado], incluso me llevó a ver las localizaciones para darle mi opinión… Tuvimos una relación muy cercana desde el principio. Y después ya llegaron los números musicales y otra semana de ensayos con Ángela y Alfredo”.
Y Almirall continúa: “Fue un proceso muy bonito. Aunque era nuevo, había algo muy natural, como si me llegara en el momento justo. Por supuesto que hay nervios, pero gana una sensación muy lúdica de descubrimiento y si me han elegido para hacer esto, es que puedo hacerlo y defenderlo. Entonces todo era como una novedad hermosa y muy fácil, porque Carlos te da mucha confianza, te cuida mucho y, de alguna manera, sentía como un respeto entre autores, porque él potencia esa parte de actor-autor. Hay algo de dramaturgia actoral, porque él te da un guion y te dice que hagas lo que quieras en cada toma. No se aferra al texto o a una idea. Lo enfocas de un modo, y después te pide hacer todo lo contrario. Hay puntos de coincidencia con lo que yo creo con mi compañía: desde dentro, jugando, generando, proponiendo… Carlos rueda muchísimo material y puedes probar muchas cosas. Y lo más bonito es que lo tienes muy cerca, con una mirada absolutamente amorosa hacia lo que estás haciendo, sosteniendo la escena contigo. Yo no he hecho cine, pero me dicen que eso es algo muy raro”.
Cuando volvemos a la experiencia de trabajar con Ángela Molina y Alfredo Castro, nuestra protagonista habla desde una profunda admiración: “Son increíbles como actores y muy generosos, lo hacen todo tremendamente fácil. Ángela es como un huracán, no hace dos tomas iguales, y te hace estar muy atenta, porque todo lo que te dará es desde una lógica muy personal, no sabes nunca por dónde te saldrá, pero lo que hace siempre está conectado con ella. Es muy especial, muy única. Y Alfredo es todo lo contrario: como si fuera la raíz de un tronco muy grande. Con muy poco, hace mucho, siempre es justo y explora las profundidades del actor de forma muy impresionante. Si Ángela es derroche, es como si Alfredo fuera un big bang contenido, mientras ella es la explosión. Son dos maestros, saben una barbaridad de cine y me ayudaron mucho”.
Sentados en la barra de un bar cercano al Teatre Nacional de Catalunya, de donde acaba de salir de una representación matinal para alumnos de instituto de la obra Vosaltres, les bruixes, nos dice. “Mira, lo de hoy ha sido increíble, porque esta es una obra densa, un tour de force ya para un espectador adulto, y han aguantado muy bien. Con mucho respeto, más del que tenía cuando yo era adolescente”, cuenta entre risas, teniendo claro cuál es su lugar en el presente, sin perder de vista las ventanas que pueden abrirse con Polvo serán.
“Ha sido un subidón, pero contenido, de los que no te acabas de creer mientras lo estás viviendo. Voy de la incredulidad a asumirlo con naturalidad. Al final, vengo de cavar piedra en una mina, y mi energía va en esa dirección. Me ha encantado la experiencia de la película, y me encantaría seguir haciendo cine, ojalá, y seguir conociendo gente que, como Carlos, quiera compartir conmigo su arte autoral. Pero no tengo ni prisa ni necesidad. A ver qué ocurre”, remata.