En la antigua prisión de Caseros, en Buenos Aires, un grupo de personas que estuvieron privadas de libertad reconstruyen escenas de su vida pasada e imaginan una vida futura mientras cantan, bailan rock y músicas urbanas y actúan. Ese es el escenario del documental musical Reas, de la cineasta, dramaturga y directora de escena argentina Lola Arias.
¿Cómo fue el proceso de casting, no solamente de las presas, sino también de las guardianas?
Todas las personas que están en la película estuvieron privadas de la libertad, desde las que hacen los roles de las celadoras hasta las que hacen de doctoras, de juezas y de abogadas. Para mí era muy importante que tuvieran la posibilidad de pensar la propia experiencia desde distintos lugares.
Cada número musical sirve para que los personajes puedan expresarse sin palabras, ¿cómo elegiste los momentos puntuales en los que los introduces?
Como bien decís, en las secuencias musicales la situación se interrumpe para generar un momento mágico, de imaginación, de delirio. Decidimos incluirlas en situaciones de tensión, de violencia o cuando lo que se quería contar era tan complejo que la única manera era en una canción. Por ejemplo, la escena en la que Paulita está en el teléfono y cuenta que su novia la abandonó después de que entrase en la cárcel, a su espalda hay una cola de chicas que no aguantan más, porque están esperando para hablar con las personas que aman. Cantar esa canción también las representa a todas en sus pérdidas. Así que la música también funciona para universalizar sus sentimientos.
Has rodado en una cárcel real que cerró en 2001. ¿Ha sido una forma también de exorcizar la memoria de ese complejo?
Sí, es un espacio que tiene una historia de tortura y de violencia. Cuando entras en los pasillos sentís el frío y la opresión. Sin embargo, a lo largo del tiempo que trabajamos ahí logramos transformar toda esa oscuridad, porque nos divertíamos, bailábamos, hacíamos cosas que nos hacían felices. Usamos luces de boliche, hicimos una escena de voguing… Hubo algo real en el espacio que transformó su energía.
Tu película coincide con el estreno en Sundance de Daugthers, sobre un programa para que los presos afroamericanos forjen un vínculo afectivo con sus hijas con un baile fin de curso. ¿Crees que el encierro de la pandemia ha despertado una mayor sensibilidad hacia esos espacios?
Sí, creo que hay una concienciación en las luchas feministas y antirracistas de los últimos años para entender que ese también es nuestro espacio de lucha. La cárcel no es una institución que tengamos que seguir manteniendo. Hay que repensar las prisiones, porque no sirven para nada. No vamos a hacer un mundo mejor abduciendo a personas que experimentan una violencia atroz y luego son lanzadas de nuevo a la sociedad sin herramientas para rearmar su vida.