Por Begoña Donat
En 2016, la cinefilia mundial giraba la vista en Cannes hacia una intérprete germana de porte estirado, que escondía una vis cómica irresistible. La película que protagonizaba en la sección oficial a concurso del festival más importante del mundo, Toni Erdmann (Maren Ade), había llevado a los medios a titular como en su día lo hicieran con el estreno de Ninotchka (Ernst Lubitsch).
Si en 1939 la noticia había sido la carcajada de Greta Garbo, en esta ocasión, la noticia era la capacidad de Alemania para hacer reír. Había sed de reconocimiento para el filme y su protagonista, Sandra Hüller, pero los galardones no llegarían hasta los Premios del Cine Europeo, donde la comedia dramática se alzó con cinco, entre ellos, el de mejor actriz.
Esta última edición de la cita en la Costa Azul, la sensación de injusticia para con la artista ha sido superior. Hüller ha estado presente en el certamen con dos títulos tan dispares como contundentes, el drama judicial de Justine Triet Anatomía de una caída y la adaptación de la novela de Martin Amis La zona de interés, sobre la cotidianeidad de las familias nazis que vivían en las casas contiguas a Auschwitz, a cargo de Jonathan Glazer. Ambas se encaramaron a lo más alto del podio de Cannes, con la Palma de Oro y el Gran Premio del Jurado, respectivamente, pero una norma del festival por la que una misma película no puede alzarse con más de un galardón, volvió a dejar a la actriz sin estatuilla. Poco importa. Su talento es una obviedad que no necesita de laureles, sino de más oportunidades para deslumbrarnos.
Existe un paralelismo interesante entre las dos películas que presentaste en Cannes, la ambigüedad moral, ¿te atrae interpretar a personajes que le resultan antipáticos a la audiencia?
Así es la vida. Ninguna persona que conozca es tan solo una cosa y nadie lo hace todo bien. La ambigüedad forma parte de los seres humanos. El reto es aceptarla en la realidad y trabajar con ella en la ficción.
Tu personaje en Anatomía de una caída es una autora alemana que escribe y se relaciona con su marido y su hijo en inglés y ha de defenderse en un juicio francés. ¿Cómo fue interpretar un rol que se parece a tu propia carrera internacional?
La preparación en francés me llevó un tiempo: comprendo casi todo, pero mi gramática es muy mala, todavía no puedo mantener una conversación, así que a veces tenía que cambiar al inglés, como mi personaje. Hablo inglés y me encantan los idiomas. Cuando era niña aprendí ruso durante seis años en la escuela. Siempre me ha gustado mucho hablar en otras lenguas, porque la experiencia cambia mucho, cada idioma planta una semilla en tu cuerpo y en tu garganta, la boca se modifica completamente porque ha de modificarse para producir vocales y consonantes.
¿Qué relación existe entre el lenguaje y la verdad?
Por supuesto cuando entiendes a alguien, tiendes a creerle más que cuando no lo comprendes, lo cual es peligroso, porque a veces la verdad no es algo que puedas explicar. Así que Justine ha planteado un problema realmente moderno, que tiene que ver con el mundo en el que vivimos y con una cuestión muy profunda, la de por qué creemos a gente con la que nos reconocemos y no a aquella con la que no compartimos estilo de vida o punto de vista político. Pueden estar siendo honestos, pero nos desagradan.
¿Crees que tu proyección internacional es un efecto de Toni Erdmann? ¿Redirigió esta película tu carrera?
Por supuesto supuso un cambio, porque Toni Erdmann se vendió a muchos países, pero no me gusta pensar en mi trabajo como una carrera, porque eso implicaría que tengo un plan, cuando no es así. En ocasiones necesito descansar y alejarme de todo y eso es un veneno para una carrera si quieres tener una, así que siempre pienso en los proyectos como algo que viene a mí y encaja. Es una especie de suerte combinada con trabajo duro, pero no puedo forzar nada ni convencer a nadie. Simplemente interpreto mis papeles y cuando a la gente les gusta, esos trabajos me dirigen a otro lugar.
Justine ha alabado tu pasado como actriz de teatro. ¿En qué medida pesa tu experiencia en las artes escénicas en tu aproximación a tus papeles cinematográficos?
No puedo separar ambas disciplinas. Me formé como actriz de teatro, así que siempre he tratado de ser visible en un escenario, donde no puedes confiar en la mirada. En el cine puedes servirte también del cuerpo, como representar a personajes unicamente con un movimiento de cabeza, pero sigue siendo una elección física en tu interpretación. Hay muchas posibilidades y es un desperdicio si no las usas.
¿Cuáles son los papeles en las tablas de los que te sientes más orgullosa?
Me encanta interpretar personajes de René Pollesch, porque escribe los personajes más complejos y hermosos del teatro alemán y cada una de sus escenas puede interpretarse desde 15 ángulos distintos, cualquiera de ellos acertado. Llevó haciendo teatro desde 1996 y ha sido mucho, pero me encantó interpretar a Penthesilea, aunque fue muy duro, y recientemente, a Hamlet.
Has comentado que de vez en cuando necesitas descansar. En este año has estrenado tres películas en festivales internacionales, Sisi & I, de Frauke Finsterwalder, en la Berlinale y las dos que nos ocupan. ¿Te has planteado uno de esos paréntesis?
Creo que el trabajo son oleadas. Me gusta disponer de mucho tiempo para preparar mis proyectos, pero en el caso de estas tres películas no fue posible porque cuando terminaba el rodaje de una, arrancaba la preparación para la siguiente, pero me lo tomé como una fase completa de trabajo y después he disfrutado de un pequeño descanso.
Fotos: Christopher Polk / Gregg Deguire (Getty Images)
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