La directora Sandra Romero explora las relaciones fraternales y las realidades de la Andalucía rural en su ópera prima, Por donde pasa el silencio.
Por Irene Crespo
“Cuánto llevabas sin venir?”, le dice María a su hermano Antonio. Este ha vuelto al pueblo después de un tiempo indefinido, pero que, claramente, se les ha hecho muy largo a todos, al que se fue y ahora regresa a encontrar aquello de lo que huyo cambiado, diferente, algo peor; y también a los que se quedaron que siguen igual y quizá peor.
Antonio tiene, además, un hermano mellizo, Javier, que nació con problemas y lleva toda la vida sufriendo dolores físicos que le han acabado arrastrando también mentalmente. El reencuentro entre estos tres hermanos y también con los padres, con los amigos y hasta con examantes es el punto de partida de Por donde pasa el silencio, ópera prima de la astigitana Sandra Romero, quien, por cierto, este mes también firma algunos capítulos de la serie Los años nuevos, junto a Sorogoyen.
La idea del filme estaba en su corto de mismo título, estrenado en 2020. “El corto iba, en realidad, del reencuentro de dos examantes, pero en él ya había una escena en la que aparecían los hermanos y de trabajar con ellos surge esta idea de hacer un largometraje centrado en la relación que tienen ellos tres”, explica Romero. Y probablemente este es un buen momento para revelar que María, Antonio y Javier son también hermanos en la vida real.
Es más, son amigos y vecinos de Sandra Romero. “Los conozco desde los 15 años, soy amiga de Antonio, él es un poco más mayor, María es más pequeña. Antonio se vino a estudiar interpretación a Madrid primero, y luego vine yo, sabiendo que él ya estaba aquí y, cuando estás fuera de casa, acabas encontrando tu lugar con la gente que conocías”, cuenta.
Hija única, Romero reconoce que las relaciones familiares son las que más le atraen para abordar desde la ficción y, dentro de ellas, los lazos entre hermanos le interesan especialmente. Y, en este caso, además, sumaba unas particularidades con las que podía hablar “de la culpa, la frustración, el amor, el conflicto, el odio”. “Cuando uno más odia es cuando más puede querer. De alguna manera, son sentimientos muy extremos, que creo que, por ejemplo, en las relaciones familiares no tienen tanto límite, no estamos tan educados para relacionarnos familiarmente”, reflexiona. “Sin embargo, en una pareja, sí, en general, sabemos cuáles son los límites de cómo aproximarse al otro, pero creo que eso en las relaciones de hermanos muchas veces no está”.
ENTRE DOS AGUAS
Antonio y Javier (y también María) “se quieren y se tienen todo el amor del mundo, pero a la vez también tienen una relación complicadísima, marcada por la discapacidad de uno de ellos y por la gestión tan complicadísima que una familia tiene de la enfermedad, que es algo que yo conozco profundamente. Por eso, lo más personal y con lo que más conecto es esa enfermedad o esa persona que está transitando todo lo complicado que tiene padecer una discapacidad y una enfermedad que lo limita y cómo las personas de alrededor pueden gestionar eso porque no es tan fácil”, continúa Romero.
“Hablamos mucho del buen enfermo, de esa idea que se tiene de que cuando alguien está enfermo tiene que aceptarlo y tiene que ser dulce y agradecer todos los cuidados, pero muchas veces las emociones por las que uno transita y por las que transitan los que están a tu alrededor son completamente distintas a lo que nos imaginamos”.
Es la frustración frente a culpa. La culpa por haberse ido, por no ser el que sufre, por no saber qué hacer, cómo hacerlo. La frustración de no poder aguantar el dolor, de no poder vivir como lo hacen los demás, de no poder irse también de allí.
Teniendo como referente e inspiración, Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta (“También sobre dos hermanos, también en Andalucía, una historia descentralizada”, admite), Romero demuestra en su ópera prima una visión muy clara del cine que quiere hacer, un cine pegado al mundo que conoce, que bebe de una realidad y se confunde con la ficción que crea a partir de ella, un cine muy pegado a sus personajes (“Queríamos que la cámara fuera un hermano más”, cuenta); y un cine lejos de Madrid, que muestra otros mundos, otros personajes.
Y, en ese sentido, Por donde pasa el silencio es también su reencuentro y su regreso a su pueblo, su paisaje y sus personajes.
© REPRODUCCIÓN RESERVADA