Tilda Swinton: “Pedro es un maestro cuyo trabajo derrocha honestidad y coraje”

Swinton

Pedro, por favor, ¿podríamos encontrar algún proyecto en el que trabajar juntos? Yo no hablo español, pero puedo aprender, o puedo interpretar a un personaje mudo”. Así empezó la relación entre esta “guionista delante de la cámara” y el director manchego que, con La habitación de al lado, suman ya dos películas… Por ahora.

Por Nando Salvá

Su filmografía abarca casi cuatro décadas y casi un centenar de personajes, y deseamos buena suerte a quienes pretendan encontrar siquiera una mala interpretación en ese amplio catálogo. Probablemente, esa fiabilidad es parte de lo que explica por qué todos los cineastas que trabajan una vez con ella quieren repetir varias veces más. En sus inicios la británica completó ocho largometrajes junto al gran Derek Jarman antes de la muerte de este en 1994, y desde entonces mantiene una variedad de colaboradores asiduos: ha rodado cuatro películas con Jim Jarmusch, tres con Luca Guadagnino, cuatro con Joanna Hogg, dos con Bong Joon-ho y cinco con Wes Anderson. Por eso, de ningún modo es descartable que, después de haber trabajado con ella primero en La voz humana y ahora en La habitación de al lado, Almodóvar –a su vez un cineasta proclive a establecer sociedades artísticas duraderas–, tenga ganas de más Swinton.

¿Cómo explicas tu tendencia a trabajar varias veces con los mismos directores?

Es la forma de trabajar que realmente disfruto. Me gusta conectar con mis directores, establecer con ellos una relación de camaradería y mantener con ellos una conversación permanente; cada nueva película que hacemos juntos forma parte de ella, pero lo importante no son las películas, es la conversación misma. Con cada uno de ellos la conversación es distinta, claro, porque cada uno tiene una sensibilidad distintiva. Esa ha sido mi forma de relacionarme con el cine desde que empecé en esto junto a Derek [Jarman]; él fue mi maestro, y yo su aprendiz. Como él, Pedro [Almodóvar] también es un maestro, y también es un artista queer cuyo trabajo derrocha honestidad, coraje y fiereza. Por eso, mi colaboración con él es algo que me resulta enormemente conmovedor, y que me hace sentir de vuelta a casa.

¿Cuál fue tu punto de conexión específico con Almodóvar, más allá del amor que has confesado sentir hacia sus películas?

Cuando empezamos a trabajar juntos, en La voz humana, su inglés no era tan bueno como es actualmente, y yo no entendía una palabra de español, más o menos igual que ahora. Manteníamos muy poca comunicación verbal, pero nos entendíamos a través del lenguaje del cine, compuesto de todas esas películas maravillosas producidas a lo largo de más de 100 años y que tanto él como yo hemos visto. Para explicarnos una escena hacíamos alusiones a títulos como La dama de Shanghai, o Con faldas y a lo loco, o Amarga victoria. Y ese sigue siendo el idioma que usamos sobre todo para entendernos.

¿Cómo se conocieron?

Recuerdo que coincidimos en una fiesta de Hollywood, hace unos 15 años. Estábamos los dos de pie en una esquina, cada uno en la suya, y nos limitábamos a observar al resto de invitados; había un montón de estrellas. Y entonces nuestras miradas coincidieron, e intercambiamos un momento de complicidad. Nos dimos cuenta de que ambos sentíamos lo mismo.

Posteriormente, en otra ocasión, me acerqué a él y le dije: “Pedro, por favor, ¿podríamos encontrar algún proyecto en el que trabajar juntos? Yo no hablo español, pero puedo aprender, o puedo interpretar a un personaje mudo”. Él se rio, y yo di por hecho que nuestra relación nunca pasaría de ahí. Por suerte, me equivocaba.

Sueles decir que participas activamente con tus directores en la construcción de tus personajes, y Almodóvar es conocido como un director de ideas firmes.

¿Cómo se compatibilizan ambos métodos?

Yo no me considero una intérprete, ni siquiera me gusta describirme como una actriz. Intento evitar esos términos, porque siento que no reflejan exactamente lo que hago. Durante los nueve primeros años de mi carrera trabajé junto a Derek, y fui coautora de todo lo que hicimos juntos. Desde entonces, nunca tuve interés en ser actriz, y sigo sin tenerlo. Siempre me he considerado una escritora, y siento que, en realidad, lo que yo hago es escribir desde delante de la cámara, interpretar en calidad de guionista. Hay directores que sintonizan con mi forma de trabajar, y Pedro es uno de ellos. Hablo exclusivamente en base a mi experiencia personal con él, claro.

¿Qué te atrajo específicamente de Martha, el personaje que encarnas en La habitación de al lado?

Me ofreció la oportunidad de sumergirme en él como no recuerdo haberlo hecho en muchos, muchos años, en parte porque a lo largo de la última década pasé algunos años interpretando, sobre todo, papeles secundarios y tratando de pasar el mayor tiempo posible con mis hijos.

Martha, además, se encuentra frente a un precipicio, y eso la convierte en una mujer que se presenta al mundo sin filtros. Por tanto, es un personaje distinto para mí, que he pasado buena parte de mi carrera vistiendo disfraces y máscaras frente a la cámara; tener la oportunidad de presentarme frente a la cámara despojada de esos artificios, y dando vida a una mujer de la que me siento tan cercana, ha sido como un regalo.

¿Por qué te sientes tan cerca de Martha?

Porque es alguien que decide tomar las riendas de su vida y de su muerte. Yo no le tengo miedo a la muerte, nunca se lo he tenido. Desde que era muy joven, en sucesivas ocasiones he estado cerca de personas que se enfrentaban al final de sus vidas, algunas de ellas de forma plácida y otras en circunstancias muy dolorosas. La primera de esas personas fue Derek, que tuvo una muerte brutal; él me pidió que fuera su compañera en su tránsito hacia la muerte, y lo fui. Yo sentía mucho miedo y confusión, y él me enseñó muchísimo. Experiencias como esa me han ayudado en mi viaje hacia la aceptación de la muerte. La veo venir, la siento venir, y no me incomoda. Morir es una parte de nuestra vida.

Es una actitud poco común en una sociedad que se niega a mirar de frente a la muerte. ¿Crees que esa negativa hasta cierto punto nos impide vivir plenamente?

Por supuesto. La mayoría de nosotros echamos la vida a perder completamente. Nuestra sociedad nos vende la idea de que la muerte es una derrota y un fracaso, de que sólo sufren la muerte quienes tienen mala suerte o quienes no son suficientemente inteligentes para evitarla; es una maniobra que forma parte de una estrategia diseñada por el sistema capitalista, que nos convence de que la solución contra todo lo desagradable de este mundo, la mejor manera de permanecer ajeno a ello, es comprar más y consumir más. Pero lo cierto es que, aunque pretendamos lo contrario, todos estamos en la habitación de al lado; la de al lado de Ucrania, la de al lado de Gaza, la de al lado de Siria, la de al lado de Yemen. Por eso, esta película es profundamente política.

Por eso y porque, como el propio Almodóvar ha asegurado, la película trata de ser un alegato en favor de la eutanasia. ¿Podría decirse que la posibilidad de contribuir a ese debate es otro de los motivos por los que te decidiste a participar en ella?

Sin duda. Exactamente igual que Pedro, tengo la esperanza de que La habitación de al lado ayude a mucha gente a entender hasta qué punto es necesario asegurar el derecho de todos los seres humanos a una muerte digna, un derecho que les está negado en la mayor parte del mundo porque las religiones dictan que Dios nos da la vida y, por tanto, solo él tiene el derecho de acabar con ella. Nos aseguramos de que nuestros animales de compañía escapen a una muerte extremadamente dolorosa, pero, al mismo tiempo, nos resistimos a darles esa misma oportunidad a las personas queridas. No se entiende. Desde que La habitación de al lado se presentó en la Mostra, ya te consideran como favorita al Oscar a la Mejor Actriz.

¿Qué opinas de los premios, y del ruido que los rodea?

Que es una distracción. Lo único que me importa, y lo digo con sinceridad absoluta, es que mucha gente vea la película. Y, aunque hay quienes dicen que acumular premios y nominaciones hace que una película tenga más espectadores, yo no me lo creo. Lo que más me confunde, y me frustra, es la cantidad de tiempo que tanta gente parece dedicar a interesarse por los premios. En ese sentido, las cosas han cambiado mucho. Yo tengo un Oscar, lo gané gracias a Michael Clayton en 2008.

Y recuerdo que la campaña publicitaria que hicimos durante los meses previos a la votación fue muy corta y sencilla, tan sólo tuve que asistir a un par de proyecciones en Nueva York y un par de fiestas en Los Ángeles. Actualmente, en cambio, se espera que los nominados se pasen meses promocionando su propia candidatura en una sucesión ininterrumpida de apariciones televisivas, actos benéficos, entrevistas, sesiones fotográficas, cócteles y quién sabe qué más. Y lo siento mucho, porque yo tengo otras cosas que hacer, y no voy a cambiar mis planes para acomodar mi vida a la idea que otras personas tienen de los premios.

Fotos: Nico Bustos

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