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En su debut detrás de las cámaras, la actriz francesa Céline Sallette (De óxido y hueso, 2012) pone en imágenes la historia de Niki de Saint-Phalle (1930-2022), artista multidisciplinar francesa que, marcada por los abusos sexuales de su padre en la infancia y por un colapso mental a la edad de 23 años, logró transformar su dolor en una obra desbordante de fantasía y color profundamente ligada a los movimientos de liberación femenina de su tiempo. Pese al interés que de antemano suscita el personaje objeto de este biopic, la película de Sallette se queda a medias en el retrato de su perfil tanto personal como profesional. La directora novel demuestra una clara voluntad de estilo –su film posee una puesta en escena expresiva, un estilizado trabajo de cámara y una vibrante paleta cromática–, pero su aproximación a la artista es vaga y carece de la profundidad psicológica, el desarrollo narrativo y la progresión dramática necesarias, terminando, en su aspiración de relato elíptico, por resultar una película más inconexa que envolvente.
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