Protagonizada por Michelle Williams, basada en una historia real narrada primero en un podcast, Dying for Sex (estreno en Disney+ 4 de abril) es la última serie que no deberías perderte.
El día que Molly Kochan fue diagnosticada de cáncer en estadio 4, tomó una decisión drástica: rompió su matrimonio de 15 años en el que no era feliz y se abrió a un mundo de citas y sexo poco o nada convencional que explorar antes de que se acabara el poco tiempo que le quedaba. Todo esto, con muchas citas y muchas emociones, lo contó en el podcast Dying for Sex, que su amiga Nikki Boyer produjo, una conversación abierta, sincera y divertida entre dos amigas enfrentándose a sus miedos más profundis, rompiendo tabúes y, simplemente, pasándoselo bien.
Sharon Murphy (El glorioso caos de la vida, Killing Eve) ha sido la encargada de transformar el popular podcast en una serie de ocho episodios, protagonizada por Michelle Williams como Molly, y Jenny Slate como Nikki, dos viejas amigas sobreviviendo en Nueva York entre citas médicas y citas sexuales, sobre la importancia del cuidar y cuidarse, poniendo más aún el foco en lo emocional y lo mental.
Probablemente es saber que el final del viaje está muy cerca, saber que esa enfermedad incurable va a ir apoderándose, lo que le dio esa sensación y necesidad de liberación y autoconocimiento a Molly. “¿No sería maravilloso vivir así sin un diagnóstico terminal?”, se pregunta Michelle Williams quien, selectiva con su trabajo, entrega aquí una de sus mejores interpretaciones, llena de dulzura, decisión, contención, extroversión…
Cuando la maravillosa terapeuta (Esco Jouley), le pregunta por lo que le queda por hacer, el primer punto de su lista es “tener un orgasmo con otra persona”. Vivirlo, experimentarlo, porque los abusos que sufrió cuando tenía siete años del novio de su madre, no le dejaron disfrutarlo. Con ese objetivo, inicia un viaje sexual sin complejos, se descubre como dominatrix, aprende a serlo, respetando los límites, cogiendo ella el control de lo que puede controlar mientras puede controlarlo.
Es el placer frente al dolor. En una sociedad en la que hasta el placer y el dolor son políticos, como le dice la terapeuta. Y Molly quiere liberarse de eso y quiere sentirlo todo hasta (casi) el final. Seguir encontrando en su cuerpo, que le está fallando, la forma de hacerlo disfrutar. Y lo consigue, con citas con desconocidos y empezando una relación sadomaso con un vecino entrañable (Rob Delaney).
Y, entre todos esos personajes, todas esas tramas, brilla la relación de Molly y Nikki, las dos amigas. Molly le pide que le acompañe en su muerte y su amiga, una actriz caótica, pero muy feliz, se lo toma al pie de la letra hasta abandonar todo, trabajo y pareja, por su amiga. Escucha todas sus aventuras sexuales, la anima, la rescata de algunas… El respeto y el amor mutuos son tales…
Dying for Sex es una serie sobre la muerte y el respeto a llegar ella cómo y cuándo queramos, sobre el sexo y el respeto a experimentarlo como queramos respetando a los demás, pero también y, especialmente, según Williams, es una serie “sobre los abusos sexuales”. Sobre la curación de esas heridas que dejan, Molly, en gran parte, emprendió ese viaje final para curar, redimir y recuperar la pequeña Molly que se quedó atrapada a los siete años y que nunca le dejó disfrutar ni amar del todo. En ese camino, la relación con su madre sufrió y en la etapa final es otro bello y doloroso momento (con una, como siempre, increíble Sissy Spacek).
Es una serie catártica que hizo llorar hasta a la propia Michelle Williams, quien se reconoce como de piel dura. “Me hundí cuando terminé el podcast y necesitaba interpretarlo y sacarlo todo”, dice. Tambié le pasó a Jenny Slate quien, en el rodaje del final, se sintió más conectada que nunca con una historia y un personaje. “Es una de esas pocas veces en las que sabes que ese viaje te va a acompañar para siempre”, admite. Y así será.
© REPRODUCCIÓN RESERVADA