Cannes 2024: ‘Megalópolis’, la obsesión de un genio

Megalópolis

La última película de Francis Ford Coppola, su proyecto pasional durante cuatro décadas, recibe una dividida y enérgica recepción.

Por Irene Crespo

¿Buena o mala? ¿Es tan mala? Las preguntas llegaban por tierra, mar y aire. Todo el mundo quería saber si Megalópolis, una de las películas más esperadas de Cannes 2024, quizá la que más, era tan desquiciada como parecía en concepto y en el tráiler.

¿La respuesta? Depende… Si el adjetivo que esperaban encontrar es delirante, desquiciada, loca… sí, lo es. Muchísimo. Si hablamos, simplemente, de buena o mala… Esto va a ser mucho más personal. Objetivamente, no es buena. Quizá todo lo contrario. Subjetivamente, es una locura con aciertos y unos momentos tan fuera de sí que una sale alucinada de la sala. Hasta con sonrisa ante la incredulidad de lo que acaba de ver. Porque cuando ya crees que el filme ha perdido el norte, en realidad, sólo acababa de empezar.

Hay que poner un poco de contexto a esta película para entender cómo el director de El padrino y Apocalipsis Now (con la que ganó la Palma de Oro hace ahora 45 años) acaba haciendo Megalópolis. Se podría decir que él tiene algo de ese genio llamado César Catilina, el protagonista interpretado por Adam Driver. Dice que empezó a pensar en esta película en los años 80, que lleva cuatro décadas intentando sacarla adelante y que sólo ha sido, tras vender sus viñedos, cuando ha logrado los 120 millones de dólares necesarios para darle forma a su utopía cinematográfica.

Megalópolis es la visión de Coppola sobre la descomposición de EE UU. Es su homenaje muy sentido a la familia, el amor a su mujer (el matrimonio es la única institución que preservará su protagonista, su inspiración, dice, sólo le viene de su amada). Eso es lo único que nos podrá salvar del descarrilamiento y derrape hacia donde nos lleva el enfrentamiento más violento y los locos más atrevidos. Pero el filme también es su visión sobre las fake news, sobre la creación… Es una fábula situada en un futurista imperio romano, en una ciudad de Nueva York (otra de sus obsesiones) de cielos dorados, de decorados sin límites y vestuarios que están entre ultraVersaces y la Roma antigua.

Es la historia de César Catilina (Driver), un genio arquitecto con un sueño: construir Megalópolis, la ciudad del futuro, con un material inventado por él gracias al que ha ganado el Nobel, el megalón. Sólo que para construirla tiene que destruir la existente y ahí choca con el alcalde de Nueva York, Cicero (Giancarlo Esposito), los habitantes más pobres y algunos de los banqueros más poderosos, entre ellos, su primo (Shia LaBeouf). “Finanzas, periodismo y sex-appeal”, las tres cosas más poderosas, como dice el propio Catilina en un momento dado.

Está llena de grandes frases épicas, atribuidas a grandes nombres (Rousseau, Marco Aurelio…) o salidos de su pluma. Frases tan grandilocuentes y simplistas en ocasiones que uno no puede más que reír o sonreír, pero que van sumando y encajando en esta gran ópera exagerada que en dos horas y 20 pasa por muchos y distintos momentos. Pantallas partidas, animación, imágenes reales de Nueva York… y eso sí, siempre el dorado, el dorado. Un oro Freixenet en un apoteósico final.

Siete minutos de ovación ha recibido Coppola en la premiere en Cannes. Con dos Palmas de Oro en su casa, la tercera no podría (no debería) llegar por Megalópolis, pero si de aquí sale con algún premio o, como mínimo, satisfecho con la reacciones ante su gran épica final ya habrá merecido la pena.

Fotos: Lionel Hahn / Dominique Chirreau (Getty Images)

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