Cannes 2024: Meryl Streep en sus propias palabras

Streep

La icónica actriz repasó su carrera llena de anécdotas en su paso por el festival francés.

Por Irene Crespo

“No soy una estrella del rock”, dijo Meryl Streep en su cita con el Festival de Cannes. Y lo dijo tan convencida que casi nos convence. Pero el teatro Debussy del Palais rompió en un largo aplauso al verla entrar y después varias veces a lo largo de más de una hora de charla en la que dio un buen repaso a su carrera.

Esa era la excusa, de hecho, entregarle la Palma de Honor, que recogió de manos de Juliette Binoche en la gala de inauguración, por toda una increíble carrera que ha ido desde los dramas más profundos a las comedias más ligeras. Aunque para ella ni el género ni la complejidad de que fuera un personaje real nunca fue importante, como remarcó en el encuentro con público y prensa. El personaje y la historia siempre están por delante. “No tengo una productora, siempre he dependido de los guiones que llegaban a mi puerta, y eso me gusta”, explicó. Aunque después añadió, y quizá fue un pequeño titular, que acaba de comprar los derechos de un libro que está desarrollando para la pantalla. “Algo que nunca hice antes porque mi vida familiar se llevó todo el tiempo”.

En eso ha insistido mucho. La única productora que decidió formar es su familia: cuatro hijos y ahora cinco nietos, a los que ha dedicado todo el tiempo que ha podido. Esa conciliación también salió en su discurso de agradecimiento cuando recordó que la anterior vez que había estado por Cannes, 35 años atrás, tenía 40, tres hijos ya y pensaba que su carrera estaba acabada.

Por suerte para todos no fue así. Y ha celebrado cuánto ha cambiado la industria en estas tres décadas. “Oh my god, los papeles son maravillosos ahora, y muchas mujeres están produciendo para sí mismas, me fascinas las que lo hacen, Reese [Witherspoon], Nicole [Kidman], Natalie [Portman]…”, explicó. “Sí, ha cambiado mucho todo, ahora hay muchas mujeres, las mayores estrellas del mundo son mujeres ahora mismo… sin contar Tom Cruise, claro –se rio y nos hizo reír–. Es muy diferente de cuando empecé. No sé muy bien cómo funcionaba entonces, pero había mucha negociación, metiendo a actores hombres…”.

Y, sin embargo, no era siempre cuestión de dinero, cree ella. “Las películas son proyecciones de los sueños de la gente, incluso de los altos ejecutivos, ellos también sueñan”, dice. Parte del problema, cree Streep, es que estos hombres en los puestos de toma de decisiones durante años han sido incapaces de verse identificados, de entender las historias de las mujeres. “Era algo personal, no lo entendían. La primera vez que un hombre me vino y me dijo ‘Te entiendo, entiendo lo que le pasa a tu personaje’ fue en El diablo viste de Prada”. Y recordemos: eso fue 2006.

A pesar de todo, personalmente, Meryl ha tenido suerte, incluso en sus primeras películas le dejaron escribir sus propios guiones, le dieron espacio. Lo hizo en Kramer contra Kramer (1979), aunque aquello fue al azar. Ella se quejó de cómo quedaba su personaje en esta historia sobre divorcio en un momento en el que aún se suponía que la mujer debía cuidar de los hijos y la familia siempre. Ella, Dustin Hoffman y Robert Benton escribieron cada uno su versión, votaron y ella ganó. Menos mal.

Gracias a eso. O a que Michael Cimino le dejará escribir partes de su personaje en El cazador (1978) porque ella sabía bien qué sentía una mujer de Nueva Jersey (donde ella nació) sobre el impacto de Vietnam (“Tenía un novio entonces que fue como médico y regreso adicto a la heroína”, contó). Gracias a que ha ido eligiendo papeles que han tenido relevancia en cada momento, “incluso las que son puro entretenimiento”, como La muerte os sienta tan bien (1992) o Mamma Mia! (2008), nos ha regalado una colección de mujeres con las que hemos abierto los ojos, que nos han enseñado o inspirado, como le dijo la noche anterior Juliette Binoche.

Por último, entre el repaso a los títulos más relevantes de su filmografía, recordando anécdotas quizá la más entrañable fue la del lavado de cabeza de Memorias de África (1985), una de esas escenas más icónicas de su carrera. Fue su peluquero y maquillador de toda la vida, J. Roy Helland (a quien, por cierto, dedicó la Palma de Honor), quien enseñó a Robert Redford cómo lavar bien la cabeza, y el actor aprendió rápido. “A la quinta toma ya estaba completamente enamorada”, ha dicho entre risas. “Esa es una escena sexual de alguna forma, es tan íntima. Hemos visto muchas escenas de gente follando, pero no ese momento tan íntimo, no quería que acabara incluso a pesar de los hipopótamos”. Una grande. Una estrella. Del rock o no.

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