Presentado en el pasado Festival de Málaga, el segundo largometraje de Avelina Prat (Vasil), Una quinta portuguesa es una sutil y tierna historia sobre encontrar tu sitio y tu gente… con giros interesantes.
★★★★
Fernando es profesor de geografía, le gusta leer mapas de papel y pinta mapas de papel porque en ellos nunca se pierde el norte y se conservan las escalas. Eso dice mucho de Fernando, un hombre tranquilo y muy ordenado al que conocemos cuando su mujer, Milena, le acaba de abandonar sin darle explicaciones. Él intenta buscarla unos días, pero cuando se da cuenta de que ella se ha vuelto a su país, Serbia, sin decirle nada y que no quería que la buscaran, se da por vencido. Perdido, decide hacer lo mismo, marcharse, abandonarlo todo, aparentemente sin rumbo claro, para conocer lugares en vez de dibujarlos, se monta en un autobús y aparece en la costa portuguesa, donde conoce a un entrañable jardinero luso-extremeño que le cuenta que se va a marchar a trabajar a una gran casa, una quinta, en el interior del país vecino. Cuando el hombre muere de repente, Fernando decide ocupar su lugar y suplantar su identidad, ahora es jardinero y se llama Manuel y en la maravillosa quinta de Amália encontrará el refugio que buscaba.
Así arranca el segundo largometraje de Avelina Prat, después de la interesante y encantadora Vasil, en Una quinta portuguesa sigue explorando la naturaleza humana en circunstancias extraordinarias. Sigue explorando el carácter de las personas cuando dos desconocidos se encuentran, fuera de su lugar de origen, en situaciones de migración. Aquí, la llegada de Fernando a casa de Amália supone para el primero un cambio para siempre en su forma de ser y estar en la vida. Él creía ser feliz en su orden, pero es allí, en el jardín, con los guisos de Rita y los misterios y oportos de Amália donde encuentra una paz que ni imaginaba antes.
Y lo mismo les pasa a Amália y Rita, con la llegada del misterioso Manuel (porque así se llamará para ellas), encuentran un lugar distinto en esa vieja casa que habitaban. Entre todos construyen una familia que nada tiene que ver con la sangre. Es una familia encontrada sin que la estuvieran buscando. La quinta portuguesa es refugio y hogar para Fernando, lejos de lo que él consideraba casa.
Avelina lo cuenta en un tempo pausado en el que da tiempo a ir descubriendo con Fernando esa paz. Y da pequeños saltos en el tiempo en los que introduce pequeños giros, casi misterios, que añaden una capa de entretenimiento y profundidad mágica a la reflexión sobre la solidaridad humana que Manolo Solo (en su papel más luminoso hasta ahora) y Maria de Medeiros interpretan con ternura y brillantez.
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