Hablamos con Quentin Dupieux, que dirige ‘El segundo acto’ fiel a su estilo irónico: “La uso para burlarme de la profesión, incluso de mí mismo”

Mientras construía un universo cinematográfico inconfundible, cimentado en el surrealismo y lo absurdo, y sin comprometer un ápice su visión artística –aunque sí perfeccionando su técnica al materializarla–, Quentin Dupieux (Yannick, Fumar provoca tos) ha ido alejándose de la marginalidad para convertirse en el cineasta con el que todas las estrellas del cine francés quieren trabajar, y exhibiendo una fecundidad fuera de lo común. “La industria no me quería, pero yo insistí, les obligué a aceptarme”, asegura el director. “Para mí, rodar es como un deporte. Practicar con frecuencia y rodar rápido me permite mantener la salud creativa”. El segundo acto, su decimotercera película, la sexta que estrena en cuatro años, es una crítica feroz, pero hilarante al cine actual. “Muestra mi desprecio a la industria, pero también al ser humano en general”, matiza Dupieux. “La uso para burlarme de la profesión y de todo el mundo, incluso de mí mismo”.

Su base argumental es una filmación que tiene lugar en el campo, y sus cuatro personajes principales son actores que actúan frente a una cámara que no vemos; el rodaje sufre continuas interrupciones durante las que los protagonistas discuten. ¿O tal vez esos paréntesis son también exigencias del guion que están interpretando? Dupieux y su reparto –encabezado nada menos que por Léa Seydoux, Vincent Lindon y Louis Garrel– se divierten jugando al despiste, y mientras tanto la cinta reflexiona sobre la irrelevancia de las películas en un presente lastrado por guerras y pandemias, la mezcla de inseguridad y ego desmesurado que define a los actores y la amenaza que la inteligencia artificial y los algoritmos representan para el arte.

Quentin Dupieux

Y también, cómo no, incluye alusiones a los excesos consustanciales a la cultura de la cancelación. En una de sus escenas, un intérprete intenta robarle un beso a otro. “¿Sabes que puedo hundirte por esto si se lo cuento a la prensa?”, responde este. En otra, un personaje ruega a su compañero que se controle ante la cámara: “No es momento de hablar de judíos… ¿quieres que nos cancelen?”.

Por lo que respecta al personaje encarnado por Lindon, al principio de la película se muestra decidido a retirarse porque ya no soporta “estas ficciones estúpidas”. ¿Es su actitud sincera o, al contrario, la vanidosa excusa de un actor en decadencia? La respuesta llega minutos de metraje después, cuando recibe entusiasmado la oferta de un papel en la nueva película de Paul Thomas Anderson. Su comportamiento encapsula el narcisismo galopante que aqueja a todos los personajes de El segundo acto y a causa del que, parece decirnos Quentin Dupieux, necesitan que alguien los ponga de una vez en su sitio. “Hay que separar a la persona del artista”, proclama uno de ellos, y otro contesta: “En realidad, ambos son horribles”. Touchée.

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