Crítica ‘A Different Man’: Una laberíntica fábula metalingüística sobre la autopercepción

Crítica de 'A Different Man', tercer largometraje del cineasta Aaron Schimberg, que compitió en Berlín y se estrena hoy en salas españolas.

★★★★

En su descompensación y enmarañamiento formales, en su juego con la disolución genérica y la mezcla de tonos, en sus oscilaciones entre lo emocional y lo intelectual. En estas irregularidades es donde residen las principales virtudes de A Different Man, la tan divertida como desoladora mirada a la autopercepción y el quiebre de la identidad que supone el tercer largometraje de Aaron Schimberg  (primero de ellos estrenado comercialmente en España). La película sigue a Edward, un atormentado aspirante a actor que, limitado por sus deformaciones faciales consecuencia de la neurofibromatosis que padece, decide someterse a un tratamiento experimental que le permitiría liberarse de su enfermedad y, en consecuencia (o, al menos, así lo piensa él), estar más cerca de conseguir su sueño. La intervención médica funciona, y Edward se convierte, poco a poco, en una persona “normal” (o normativa, mejor dicho). Pronto, cuando las mujeres (su vecina, en concreto) y la fama parecen, por vez primera, objetivos alcanzables para él, se cruza con un hombre que sufre de la misma afección que él padecía antes de poner en práctica tratamiento; un tipo con el rostro aquejado por múltiples tumores que, sin embargo, en lugar de esconderse, convierte su “problema” en oportunidad, terminando por arrebatarle a Edward todo aquello que ansiaba. Con este punto de partida, Schimberg ejecuta un inteligente (y rebosante de originalidad, y crudo, y muy negro) juego de espejos metalingüístico; una suerte de fábula alejada de todo didactismo que reflexiona sobre la autoestima, la codicia y las envidias y en la que resuenan las poéticas de lo laberíntico y lo monstruoso presentes en la obra de artistas como Kafka, Browning, Cronenberg, Lynch o Kauffman. Un film de textura árida y granulada que pone en cuestión los conceptos de belleza y fealdad y en el que, de paso, su director juega a cuestionar lo ético de su propia praxis como creador al convertir en arte la deformidad.

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