Crítica: ‘Black Mirror: Loch Henry’

Black Mirror: Loch Henry

★★★½/★★★★★

En Loch Henry, una joven pareja de cineastas en ciernes viaja a un tranquilo pueblo escocés con la idea de trabajar en un documental sobre la naturaleza. Sin embargo, al llegar allí, se ven atraídos por un crimen local mucho más susceptible de ser convertido en una historia exitosa.

El segundo de esta nueva tanda de episodios de Black Mirror es un ejercicio de género tan simple como efectivo. Más interesante en el plano formal que su predecesor (Joan es terrible), y situando como telón de fondo el tan cuestionable formato del true crime (Netflix apunta de nuevo hacia sí misma), Loch Henry deja de lado el humor negro y logra alcanzar un auténtico tono de gravedad (si bien con un ligero regusto pulp) gracias a la correcta construcción de una atmósfera malsana

Su guion tiende constantemente al subrayado y la trampa, y, como sucede en muchos capítulos de esta ficción antológica, tan amiga de los trucos, peca de buscar más el impacto instantáneo (y, por tanto, pasajero, olvidable) que de suscitar una verdadera reflexión en el espectador, como, se supone, promete la serie (algo que sí cumplía en sus orígenes, allá por 2010).

Sin embargo, por mucho que le veamos las costuras, el juego funciona: el capítulo alberga un buen puñado de secuencias perturbadoras, terroríficas e inteligentemente resueltas. Y, al final, los pelos de punta.

Lo mejor: Su atmósfera.

Lo peor: El capítulo es menos inteligente de lo que se cree.

Black Mirror - Loch Henry

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