Crítica: ‘Fast X’

Fast X

★½/★★★★★

Vista hoy, lo más interesante de la saga Fast and Furious es su valor testimonial. Entre la película inaugural de la franquicia, que nació al calor del nuevo siglo, y la décima entrega, que acaba de llegar a las salas, distan nada menos que veintidós años. Dos décadas en las que, de la mano de la familia Toretto, no solo hemos sido testigos de cómo ha evolucionado el espíritu de Occidente (basta comparar las mujeres hipersexualizadas de las primeras películas con el villano queer que interpreta Jason Momoa en esta última), sino también de las mutaciones narrativas y formales que ha sufrido el blockbuster de Hollywood en este tiempo.

La primera película de Fast and Furious, dirigida por Rob Cohen y estrenada en 2001, partía de los códigos del cine de acción propios de las producciones de Jerry Bruckheimer (que tan bien habían funcionado en los 90) para tornar en espectáculo cinematográfico el fenómeno del tuning. A lo largo de las siguientes entregas, los vehículos, que en un principio habían sido protagonistas absolutos, pasarían de ser un fin a convertirse en un medio: Fast Five (2011), la mejor de la saga, supo apartar definitivamente los coches customizados para convertirse en una divertidísima película de atracos. Desafiando cada vez más las leyes de la física, las películas sucesivas funcionarían por acumulación, yendo más y más lejos hasta terminar por convertir a sus personajes en una suerte de equipo imbatible de superhéroes hipertrofiados (decisión que tampoco parece baladí en plena Era Marvel).

Por ello, si algo hay que reconocerle a esta franquicia es su capacidad de reinventarse y adaptarse a cada tiempo para permanecer viva (nadie hubiese sido capaz, hace dos décadas, de augurarle tan larga vida a una incipiente colección de películas que tenía en su centro una moda tan coyuntural y pasajera como el tuning). El problema, como en todo, es no saber parar a tiempo: la cosa tocó techo (al menos para quien escribe) en Furious 7 (2015), dirigida por James Wan (Insidious, Expediente Warren), filme que llevaba hasta un delirante e irresistible paroxismo todo lo sembrado hasta entonces. Desde ahí (y salvando, quizá, el divertido spin off dirigido por David Leitch en 2019, Hobbs & Shaw), la saga se ha ido desinflando de manera alarmante.

La peor parte de Fast X, de la que  se salvan un par de escenas de acción y un villano divertido por su histrionismo, es la cansina (por torpe) acumulación de líneas narrativas paralelas, la mayoría de ellas muy pobres (la serialidad tan propia de la narrativa de estos tiempos es otro factor que, tristemente, se ha impuesto en las últimas películas de la saga). Poco ayudan la tosca puesta en escena de Louis Leterrier (Transporter, El increíble Hulk), el feo acabado digital y los constantes problemas de ritmo. Que se acabe ya esto.

Lo mejor: La larga escena de la bomba en Roma.

Lo peor: La torpeza de su narrativa y su final episódico.

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