Crítica ‘Los que se quedan’: Alexander Payne vuelve a su amarga gloria en la película protagonizada por Paul Giamatti

Los que se quedan

Los que se quedan es el cálido abrazo que necesitaba esta temporada invernal. Alexander Payne recupera el lustre perdido con Una Vida a lo grande y vuelve a contar con nostalgia la historia de una amistad imposible forasteros de Estados Unidos, coqueteando con la estructura canónica de la feel-good movie, pero sin sumergirse del todo en ella. Paul Giamatti, a dúo con el recién llegado Dominic Sessa, ofrece una interpretación digna de un Oscar, imponiéndose a una fuerte competencia.

Por Davide Colli

La carrera de Alexander Payne está ciertamente compuesta por numerosos momentos álgidos, así como por una serie de obras que han delineado un enfoque claramente reconocible, a menudo emulado por muchos jóvenes autores que han crecido en la tubería de Sundance. Cada elemento se pone en juego para crear un melodrama construido en un contexto realista, trabajando sobre el conflicto entre dos protagonistas antitéticos, extremadamente polifacéticos y no siempre abordables por el público como sus favoritos.

Tras el éxito de Nebraska en los Oscar, Payne rompió su silencio después de años con un proyecto fuera de este patrón habitual, Una vida a lo grande, que abrazaba el cuento distópico para hablar de lo contemporáneo, con cierta confusión temática, pero sin ningún personaje lo suficientemente fuerte como para ser portavoz de los mensajes dispares que se proponía lanzar.

Al no haber obtenido el mismo éxito de crítica y público, el director de Entre Copas y Amargo paraíso tardó seis años en volver a ponerse detrás de la cámara para Los que se quedan, reeditando su papel de Paul Giamatti, un gran actor en el papel de Paul Hunham, un impopular profesor de literatura clásica, al que se le encomienda la tarea de supervisar a cuatro alumnos que se quedarán en el internado durante las vacaciones de Navidad. A ellos se une Angus Tully (Dominic Sessa), un adolescente inteligente y rebelde que tampoco tiene grandes amistades.

Payne deja así de lado las aspiraciones de la anterior ciencia ficción en miniatura para dedicarse a la esencia de las películas que le han llevado a convertirse en uno de los autores favoritos de Hollywood: la pareja de protagonistas. Dos opuestos, unidos a la fuerza, que descubren en el transcurso de la historia que tienen más afinidades y puntos en común de lo esperado.

Este punto neurálgico de la película está perfectamente logrado, ya que los dos actores calientan el corazón con sus intercambios, tanto en los constantes pinchazos estilísticos como en los momentos de conciliación. Paul Giamatti engrandece su filmografía con una interpretación irresistible, partiendo de un papel estereotipado que consigue profundizar gracias a su talento como actor de carácter, alternando un registro dramático con un brío cómico que también sigue a la perfección su compañero de escena.

Junto a este núcleo, la elección ganadora de Payne en Los que se quedan es dotar a los dos intérpretes principales de una atmósfera vívida en la que hacer malabarismos y expresar el potencial emocional de sus enfrentamientos. La fotografía acude aquí al rescate, trazando la consumación de la película, pero al mismo tiempo dotando a la imagen de una casi confortable sensación de antigüedad, como si el espectador estuviera asistiendo a un cuento popular transmitido de generación en generación.

Estos tonos cálidos del grano visual hacen más acogedor el gélido invierno que arrecia, pero al mismo tiempo evocan la nostalgia hacia las fiestas y la convivencia, pero sobre todo la melancolía de otro año que llega a su fin, al tiempo que no permiten que la existencia de los protagonistas progrese de su húmeda naturaleza estática.

Estos sentimientos, aunque situados en un contexto histórico y espacial quizá muy alejado de las costumbres actuales, siguen arraigando en el espectador y es precisamente este envidiable factor el que podría otorgar a Los que se quedan el estatus de conmovedor (e hilarante) clásico navideño, que por una vez renuncia a su naturaleza edificante y permite al público echar la vista atrás en la embriagadora calidez de la populosa sala de cine.

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