Crítica: ‘María’ (Festival de Venecia)

'María', la nueva película del cineasta Pablo Larraín (su tercer biopic femenino tras 'Jackie' y 'Spencer') se ha estrenado en Venecia.

★★★½/★★★★★

Por Cristiano Bolla

Quizás no podría haber habido mejor apertura para la competición del 81º Festival de Cine de Venecia. Beetlejuice Beetlejuice sirvió de divertido y entretenido aperitivo de este festival, pero para abrir oficialmente la ‘competición’ sólo podía estar una Diva como Callas, narrada por Pablo Larraín en María.

Para empezar: no hay dos sin tres. Por tercera vez, Larraín participa en la kermesse italiana con una película centrada en una figura femenina del pasado. Tras Jackie (Mejor Guion en 2016) y Spencer (2o21), el director chileno continúa en lo que podría rebautizarse simpáticamente como el Universo Cinematográfico Larraín. De hecho, hace sonreír cómo logró encontrar puntos tangenciales entre la historia de la ex Primera Dama y el relato de los últimos días de María Callas, la Diva de la ópera que -a su pesar- compartió amor y relación con el empresario y armador griego Aristóteles Onassis.

María está en perfecta continuidad con el recorrido artístico de Larraín, quien, tras el tropiezo del año pasado con El Conde (que sin embargo ganó el premio al mejor guión), ha vuelto a su dimensión favorita: el retrato en claroscuro de mujeres celebradas, amadas, admiradas, deseadas, incluso mitificadas, pero también íntimamente exploradas, confrontadas a sus fragilidades. La Maria Callas que se cuenta en esta película no actúa desde hace más de cuatro años, pero el eco de su voz resuena en cada personaje que se cruza con ella, su ausencia no afecta al aura de sacralidad que supo conquistar sobre el escenario, hasta convertirse en la soprano quizá más grande de la historia.

Esa gloria pasada la atormenta, la obliga a arrastrar una enorme carga emocional y psicológica, a buscarla por todos los medios, abrazando visiones en las que pueda volver a ser venerada, en las que pueda volver a ser verdaderamente Callas. La María Callas que interpreta Pablo Larraín anhela tanto revivir ese pasado que pierde el contacto con la realidad, con sus necesidades vitales primarias, y se agota hasta el final a pesar de los intentos de rescate del mayordomo Ferruccio y la criada Bruna -interpretados por Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher, ambos más que excelentes-.

Para Maria, Callas es un fantasma que no puede ni quiere disipar. La película presentada en Venecia 81 se convierte así en una película de fantasmas en la línea de Spencer, donde la princesa Diana también anhelaba volver al pasado, pero en ese caso no para estar en el candelero, sino para escapar de él. Una inversión de perspectiva, en cierto modo, pero es innegable que hay un hilo conductor entre los biopics «femeninos» de Pablo Larraín realizados en los últimos ocho años.

Hay otros dos hilos que unen a María con Spencer: el primero está representado por Steven Knight, magnífico guionista que, una vez más, ha bordado espléndidos diálogos hechos de réplicas, de juegos de poder entre María y los personajes que la rodean, quizás a veces demasiado efectistas, pero que pretenden mostrar las fragilidades de la protagonista, sin permitir, no obstante, que nadie la golpee y la haga vacilar. El segundo hilo conductor es el de las interpretaciones, ambas extraordinarias: Angelina Jolie es una María llena de gracia, interpretando su esplendor y su orgullo, su debilidad oculta y su fuerza manifiesta.

Por supuesto, detrás de este elegante orgullo que traza un personaje conocido precisamente como la Prima donna absoluta, María esconde obstáculos: Pablo Larraín se confirma como un cineasta capaz de entrar íntimamente en la vida de sus personajes, pero al mismo tiempo nos mantiene a distancia manteniendo cierta frialdad; sus protagonistas no están a la completa disposición emocional y empática del espectador, sino colocados en un pedestal, bajo una vitrina en la que se aprecian algunas huellas, algunas imperfecciones, pero que sin embargo son obras de arte expuestas al gran público.

El segundo «problema» es el nivel de accesibilidad. Maria, como señaló la propia Angelina Jolie en la rueda de prensa, es también una película concebida para complacer a su público: los aficionados a la ópera. A quienes no estén familiarizados con las arias y los libretos, en cambio, les costará entender ciertos pasajes, comprender el orgullo herido de la soprano cuando resuena su propia voz o entender por qué la elección de Anna Bolena es tan significativa para la cantante. Cerca, pero no demasiado, como corresponde a una verdadera Diva.

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