Ana Lambarri debuta como directora con ‘Todo lo que no sé’, protagonizada por Susana Abaitua: “Creo que el personaje molesta porque se está comportando como un hombre”

Todo lo que no sé

"Hay veces que las cosas no se pueden solucionar y no pasa nada”, dice Laura, el personaje interpretado por Susana Abaitua (Patria) y protagonista de Todo lo que no sé. Una frase a la que llega después de haber pasado muchas cosas. Una reflexión que encierra de dónde viene y en qué momento se encuentra.

Y de eso va, en parte, la ópera prima de Ana Lambarri. “Quería coger un poco mis experiencias y las de mis amigas respecto a cómo hemos vivido de los 30 a los 40. Las cosas que nos hemos ido preguntando, unas han sido madres, otras, no; unas han tenido pareja, otras, no. Quería ver cómo y hacia dónde te pueden ir llevando esas decisiones”, explica la directora a dos semanas de presentar su primer largometraje en la sección oficial a concurso del 28 Festival de Málaga. Lambarri venía de dirigir una trilogía de cortometrajes, 16, 26 y 36, con los que había tenido muy buenas experiencias profesionales y personales que le animaron a lanzarse a ir a por el largometraje.

“Confieso que tenía otro largo escrito más complejo –situado en País Vasco, en los 90– y alguien sabio me dijo que probara a hacer algo más sencillo”, recuerda. Se puso a pensar en ella misma, en su entorno, en su generación… Empezó a pensar en algunas de las problemáticas relacionadas con llegar a ese momento de la edad adulta en el que las decisiones que tomaste en los 20 no te están satisfaciendo. “Y, en este caso, lo hago un poco al revés de lo esperado porque Laura es una mujer que sí tuvo éxito en el pasado, que fue muy buena en lo suyo, pero lo perdió por el estrés que puede llegar a ser habitual en estos sectores”, cuenta.

Laura es desarrolladora de software, una profesión que vemos poco en pantalla, y una decisión muy consciente de Lambarri. “Lo que no quería es que ella fuese creativa, escritora o pintora o algo del mundo artístico, me gustaba ese entorno de la tecnología que es muy masculino, en el que hay que estudiar mucho, pero que puedes generar cosas que cambien y mejoren la vida de la gente”, cuenta la directora.

Abandonó, frustrada porque su idea no salía y empezó a trabajar en una tienda, viéndose juzgada por su hermana pequeña (Natalia Huarte, Querer) y quizá hasta por ella misma. Y por eso, cuando Laura encuentra una oportunidad de retomar su proyecto no lo comparte con nadie, sólo con su mejor amiga, Susana (Stephanie Magnin, Segundo premio). “Es un momento en el que su entorno no es para nada el adecuado, porque es muy delicado por la enfermedad de su padre (Andrés Lima; Ane Gabarain interpreta a la madre), con cáncer”.

Y, desde el principio, la cineasta aprovecha para enfatizar que ese detalle –el cáncer del padre– es la única conexión que tiene con su protagonista y su historia. “Para mí es muy importante que no dé la sensación de que es una película autobiográfica porque existe esta tendencia a pensar que por ser una película de una mujer es autoficción, y no”, insiste Lambarri que se llegó a plantear “poner una cartela al principio”.

“Más allá de que yo también podría gritarle a alguien si tengo hambre –se ríe–, Laura y yo no tenemos nada en común, lo que estoy haciendo es una exploración de lo que yo he visto a mi alrededor, en mi generación, en los que hemos nacido entre el 83 y el 90”.

Todo lo que no sé es el estudio de una mujer a punto de los 40 encontrando su sitio entre personajes opuestos a ella, como su hermana, con una vida más ortodoxa –“signifique lo que eso signifique”– porque tiene hijos, marido, buen trabajo, casa; o su mejor amiga, que también apunta en esas direcciones; o el de su pareja (Franceso Carril, Los años nuevos), más atento que Laura, más dispuesto al compromiso que ella. Laura no siempre cae bien y eso pretendía la cineasta. “No quería que el personaje fuera buenista”, argumenta Lambarri. No es la peor persona del mundo, pero casi, dirán algunos. Es una mujer que se acerca al egoísmo, a algo autodestructivo incluso.

“A veces creo que el personaje molesta porque se está comportando como un hombre”, dice la directora. “Va y viene y no siempre lo entiendes. ¿Por qué hace eso? Yo no lo haría”. Son pequeños gestos, una mirada firme, al detalle y una interpretación sutil, la de Susana Abaitua y el resto del reparto alrededor del cual Lambarri crea todo lo demás, la fotografía, el arte, la música, porque el centro es, para ella, “el trabajo interpretativo” del que se ocupan con el respeto y la dedicación de un teatro. Noes por casualidad que el oficio en el que la cineasta vasca se haya desarrollado en esta industria sea el de directora de casting, en el que ahora sigue inmersa.

Y son esos gestos, esos pequeños detalles, miradas, palabras, los que nos van llevando a lo largo de tres años sin necesidad de explicitar el paso del tiempo. O alcanzar “una simplicidad que lleva detrás un trabajo desorbitado”, explica. “Es una película basada en emociones. Queríamos dejar al espectador solo y que fuese construyendo la historia con sus propias emociones hasta enganchar con las de la protagonista”. No pasa nada y pasa todo.

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