Costa-Gavras reflexiona sobre la medicina paliativa en ‘El último suspiro’: “Es imprescindible que cada individuo pueda acabar con su propia vida cuando decida que ya ha vivido lo suficiente”

Costa-Gavras

A través de sus películas, Costa-Gavras se ha dedicado en cuerpo y alma a denunciar las injusticias cometidas por los gobiernos, las instituciones y el sistema en general. Y casi nunca ha renunciado a adoptar una actitud didáctica para hacerlo.

“Soy consciente de que el didactismo se ha convertido en algo casi maldito, y de que los cineastas no somos profesores ni debemos tratar de dar lecciones”, nos explica, e inmediatamente matiza. “El arte existe para provocar emociones, pero no me parece mal que entretanto invite al espectador a reflexionar sobre asuntos que nos conciernen a todos”.

Eso precisamente es lo que el cineasta de origen griego intenta con su nuevo largometraje, El último suspiro. Mientras observa a un filósofo francés de prestigio que se ve enfrentado a su propia mortalidad al tiempo que estrecha vínculos con un médico dedicado al cuidado de enfermos terminales, la película quiere reivindicar la medicina paliativa y el derecho a una muerte digna.

“Creo que es imprescindible que cada individuo pueda acabar con su propia vida cuando decida que ya ha vivido lo suficiente”, afirma el director. “Y creo que ese sigue siendo un tema del que no se habla lo suficiente”. Tanto las religiones como aquellos que defienden las ideologías más reaccionarias, añade, se encargan de bloquear esa conversación.

“Michel Houellebecq, que es un escritor de extrema derecha, dice que acortar la agonía es un crimen contra la civilización; yo opino todo lo contrario: no acortarla es inhumano. ¿Por qué se supone que debemos sufrir? Tanto el cristianismo como el islam o el budismo defienden la importancia del sufrimiento, lo consideran un requisito para ganarse la vida eterna. A mí me educaron en la creencia de que al morir vamos al cielo, y yo pensaba: si no cabemos todos en la Tierra, ¿cómo vamos a caber ahí arriba?”. Gavras está a punto de cumplir 92 años, así que es razonable dar por hecho que dirigir El último suspiro le incitó a pensar en su propia mortalidad.

“Desde que somos pequeños se nos enseña a tenerle miedo a la muerte e incluso a comportarnos como si tal cosa no existiera, y por supuesto yo creo que es un enfoque erróneo”, comenta. “Yo no sé cuándo moriré ni en qué condiciones físicas y mentales me encontraré en ese momento, aunque me gustaría ser fuerte y estar preparado cuando suceda”. Hasta entonces, ¿piensa el director a menudo en el legado artístico que dejará al abandonar este mundo? El último suspiro, recuérdese, es el vigésimo título de una filmografía que se extiende a lo largo de más de seis décadas. “Cada una de las películas que hago depende de lo que siento en ese momento y no pienso en ellas con la intención de que formen un todo unitario”, replica. “No hago cine para ser recordado ni para cambiar las vidas de nadie.  Y, sobre todo, nunca haría una película para ganar dinero”.

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