Entrevista a Luis Zahera, que protagoniza ‘Pájaros’: “Vivo una vorágine: trabajo, como y duermo”

Zahera

Confiesa que no sabe decir que no, y que el azar ha tenido mucho que ver con el tremendo éxito que ahora disfruta.
Personajes como los de As bestas o la serie Entrevías han conquistado a un público que ahora descubrirá su
lado humano y perdedor en Pájaros.

Por Álex Montoya

Cuenta Luis Zahera (Santiago de Compostela, 1966) que, últimamente, cuando va por la calle, la gente se lo dice: “¡Qué de moda estás!”. Su larga carrera de fondo ya venía cotizando al alza desde los
tiempos de Celda 211 (2009) y Sin tetas no hay paraíso (2008), si no antes. Pero su estremecedora creación en
As bestas (2022) y la enorme popularidad de la serie Entrevías (2021) han multiplicado el impacto del actor
gallego en nuestro audiovisual, y en el imaginario del público.

Mientras nos lo explica, le adivinamos una mezcla de asombro, disfrute y cansancio ante su agotadora nueva
realidad, que incluye el estreno próximo de Pájaros (en cines 5 de abril), una luminosa road movie sobre dos
perdedores, el otro es Javier Gutiérrez, que comparten kilómetros en una ruta por Europa que les lleva de Valencia a
orillas del Mar Negro. Un personaje, el de Pájaros, que ha ampliado los registros interpretativos de Zahera a golpe de vulnerabilidad y tartamudeo, y con el que acaba de ganar la Biznaga de Plata en el Festival de Málaga [ver pág. 80].

En nuestra charla, el protagonista de estas páginas utiliza a menudo la coletilla del “yo qué sé”, la prudencia,
la humildad del que viene de lejos, y la inocencia de quen se autodefine “como un niño con su Ibertrén”. Insiste, pues, en que está disfrutando el momento, pero también admite que vive “una vorágine: trabajo, como y duermo”.

“Te lo juro por la memoria de mi madre. Trabajo, como y duermo. Sé que es pasajero, pero estoy sorprendido con este momento de barbaridad”, confiesa.

Me cuentan que en tu agenda los huecos van muy buscados.

Estoy con una serie, empiezo otra serie, tengo una película al mismo tiempo, yo qué sé, una cosa loca. Estoy con un
monólogo también… mi problema es que soy adicto al trabajo. Y digo esto con toda la humildad, pero sí, se me fue un
poco de las manos. Y lo estoy gozando, lo estoy pasando muy bien, pero es una vorágine, una auténtica vorágine. Tantas cosas a la vez… Pues mira, yo qué sé, me acuesto a las ocho y media de la tarde, me levanto a las cuatro y media de la mañana, hago unos ejercicios, salgo a correr, aprovecho, claro, aprovecho para ganarle más tiempo al tiempo, porque si no, no me da la vida. Pero encantado, encantado con esta experiencia, con este cambio de ritmo.

Cuando se tiene tanta mili a las espaldas, uno sabe que en esta profesión hay que aprovechar el momento…

Sí, efectivamente, los actores estamos pensando que en cualquier momento acabaremos en la indigencia [risas]. En
esta profesión hay que aprovechar las rachas. Pero bueno, este es un momento dulce, de los que yo soñaba de pequeñito, a mis veintipocos años, imaginándome las entrevistas y el éxito. Claro, a mis 57 años, encontrarme con esta bomba atómica… Pero es que ese hongo, la bomba atómica, arrasa, y también es hermoso de ver.

Y todo lo que te está pasando, ¿era cómo lo soñabas?

Ostras… yo soy bastante ingenuo e infantil, y me lo imaginaba todo más tranquilo, más soft, sin tanto ajetreo, sin tanto avión y tanto tren, sin tanto comer rápido, sin tanto tener que estudiar. Te imaginas la gloria, los hoteles, las entrevistas. Pero… Como me dijo mi amiga Ali: “Ahora esto es de verdad”. La imaginación siempre es muy poderosa, y la mía tira hacia los dibujos animados. Pero ahora esto es de verdad. En cualquier caso, el resumen es bueno, muy bueno. Es que entro en el pesimismo gallego, y ya me estoy arrepintiendo un poco de lo que te dije…

Has hecho un carrerón con muchísimos roles secundarios, que acaban robando la atención del público. Pero el personaje de Pájaros es un protagonista, y un personaje que se aleja de la imagen habitual de Zahera.

Sí, como decía aquel, el problema no es que te encasillen, el problema sería no trabajar. Yo soy un característico
de la maldad, y es cierto, a modo de crítica y desde la humildad, que en España se encasilla mucho. En otros
países pasa menos, se les da más chance a los actores.

Aquí no, pero espero que evolucionaremos, como ocurrió con los acentos. Antes el acento era
un problema, pero ya está superado y admitido. La cuestión es que yo estoy encantado de ser un secundario, y me
consideraré un secundario toda la vida. Aunque ahora viva este momentito en el que coprotagonizo una película con
el grandísimo Javier Gutiérrez. Pero a mí me enseñaron que no hay papeles pequeños. Y yo los asumo con la misma
ilusión. Y le estoy muy agradecido a Pau Durà por la oportunidad, quizás es la primera vez que me dan tanto papel. Y
un personaje que no es duro, ni violento, ni malvado. Es un perdedor, un cobarde, un personaje muy… tocadito.

¿Interpretar a un perdedor es tan agradecido como parece?

Sí, son personajes muy agradecidos. Es que yo creo que todos llevamos a un perdedor dentro, no sé el por qué, y es
cierto que hay algo maravilloso en su vulnerabilidad. Hay algo de ternura, de belleza, algo muy humano que a todos
nos identifica con esos perdedores que reconocemos tanto. Es que esta profesión es maravillosa. Trabajar en lo
que te gusta, entretener a la gente…

Me agarro al gusto por entretener, y a lo de considerarte un eterno secundario. Me suena al titiritero, al viaje a ninguna parte de Fernán-Gómez, al actor vocacional dedicado al público.

Sí, absolutamente. Me gustan esas dos palabras: dedicado y vocacional. Me educaron así. Mi papá era muy
trabajador, y en casa siempre preguntaban por el trabajo y no por las novias. En mi familia se valoraba mucho, y así me lo inculcaron. A lo mejor demasiado, y de aquellos polvos vienen estos lodos, porque ahora soy adicto al trabajo. Pero encantado, yo qué sé. Y disfrutándolo, no me veo agotado, aunque soy hipocondríaco y me digo: “Dios mío, ¿mi salud estará en peligro?” [risas]. Si quieres, es lo único que me preocupa: “Hostia, ¿podré con este ritmo?”. Y creo que estoy pudiendo, y estoy convencido, además, de que la intensidad de los últimos años bajará.

El éxito no se digiere igual pasados los 50 que a los 20 años.

Puede ser, mira, yo ahora estoy rodando Animal salvaje, una serie para Netflix, con Lucía Caraballo, que es una actriz
de 24 años. Y me sorprende lo bien amueblada que tiene la cabeza. Me recuerdo a los 24 años y ojalá hubiera tenido una tercera parte de su forma de pensar, de funcionar en la vida. Es que, claro, yo siempre fui muy ingenuo, muy desastre.  ¿Por qué no decirlo? Fui muy desastre [risas]. Como diría mi madre, gracias a Dios que me tocó ahora, o la
cosa no habría terminado bien. Lo creo firmemente, si todo esto me pasa en los años 80 o en los 90, tal como estaba la cosa en aquellos tiempos, ¡apaga y vámonos!

Mi primer recuerdo de Zahera es Concursante, de Rodrigo Cortés (2007). Y si hay algún punto de inflexión en tu carrera, ha sido rodar con otro Rodrigo, Sorogoyen.

Es que esta profesión tiene tanto que ver con el azar… Nunca había pensado en la casualidad de los dos Rodrigos, no
sé responder a eso. Pero sí tengo clara la suerte que tuve con esos personajes, y que Rodrigo Cortés, o el impresionante Rodrigo Sorogoyen, me dejaran volar con ellos. Mira, hace muchos años trabajaba en una serie de José Luis Moreno, A tortas con la vida. Y coincidí con Manuel Alexandre, que iba a hacer unos capítulos, pero al final no se vio con fuerzas. Imagínate, ese hombre con toda su experiencia, y yo que era casi un niñato y sentía mucha curiosidad, le pregunté cómo funcionaba este trabajo desde su punto de vista. Y lo resumió: “Esta profesión es el azar”. No sé por qué, aquello me quedó instalado en la cabeza. Y el azar me juntó con Sorogoyen, se fijó en mí y me dio esas tres intervenciones en sus películas.

Tres intervenciones y dos premios Goya, por El reino y por As bestas. En cualquier caso, el actor de moda no deja de hacer teatro. Sigues con la gira de Chungo, un monólogo que conecta con aquel Zahera que actuaba en bares…

Los bares son la guerrilla, te curten, pierdes todos los miedos, la gente bebe, suceden cosas, a veces el público te
increpa. El teatro es más cómodo, pero en medio de este delirio de trabajo, sigo con el monólogo porque soy de esos
actores que lo que más les gusta es el teatro. Más que el cine o la televisión. Pero es lo que menos hice, porque, yo
qué sé, la vida te va llevando.

¡La vida y el azar!

Bueno, ¡y el dinero! Entras en la televisión y… Mi representante dice que ya habrá tiempo para hacer teatro. Pero es que llevo 15 años escuchando eso.

Entonces, para mí el teatro es gloria bendita. Dentro de toda esta mentira que es actuar, de esta falsificación que
es lo nuestro, estar en el escenario, lograr esa comunión, esa liturgia con el público, es lo que más me gusta.

Y por eso sigo con el monólogo. Y al final se trata de Luis Zahera poniendo en ridículo a Luis Zahera, que es un
ejercicio muy sano. Creo que tenemos que reírnos de todo, y reírnos más, que la cosa está muy enfrentada, muy seca,
muy polarizada. Al final, como decía mi madre, se trata de hacer el tonto.

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