Laura Alvea acaba de terminar de dirigir la serie El Juego del alma, segunda parte de la adaptación de la novela de Javier Castillo y uno de los títulos más exitosos de Netflix. Y ahora estrena en salas La mujer dormida. No se le resiste nada: ha sido ayudante de dirección en títulos tan aclamados como La trinchera infinita, Arde Madrid o El autor, guionista en películas como Ánimas e incluso se ha atrevido a dirigir documentales.
Pero siempre quedan algunas primeras veces y esta es la suya dirigiendo un largometraje de ficción. Estrenada en el Festival de Málaga, La mujer dormida acompaña a Ana, su protagonista, en el momento más inquietante de su vida. Auxiliar de enfermería, comienza a sentirse atraída por Agustín, el marido de una mujer en estado vegetativo a la que ella cuida, un trabajo tranquilo y fácil hasta que algo parece tratar de echarla de la casa y separarla de él.
Y poco más podemos contar. Como buena película de suspense es difícil hablar de ella sin revelar lo que al espectador le corresponde descubrir, bien lo sabe su directora, porque, aunque como ella misma nos cuenta está “abierta a hacer comedia”, es una enamorada del género: “Sin ser premeditado, cuando me siento a plantearme proyectos, casualmente siempre tiro hacia el thriller”.
En el papel de Ana, el reparto lo encabeza Almudena Amor, una actriz que fue, precisamente, en el cine de terror, con Paco Plaza, donde debutó y destacó. “Yo la había visto en La abuela y la tenía en mente”, cuenta la directora. “Hubo flechazo, ella ya le había dado muchas vueltas al personaje y después fue estupendo cuando nos juntamos con Javier Rey”.
El actor de Fariña y El verano que vivimos interpreta a Agustín, el otro lado de una relación en la que la culpa juega un papel importante: “Es un actor muy minucioso y queríamos acercar su personaje a la verdad más allá de los elementos paranormales para que la gente pudiera empatizar. Él también intentó defender a su personaje”, explica Alvea.
La actriz Amanda Goldsmith aparece, siempre desde su camilla y con los ojos cerrados, en el papel que podría parecer menos agradecido, pero que es determinante en esta historia que pone a jugar y descifrar al espectador: “Tenía que transmitir, aunque siempre dormida, le expliqué que sería duro e hizo mucha meditación y trabajamos mucho el contacto físico”.
En La mujer dormida, Alvea hace un ejercicio cinematográfico que acaba convirtiendo un thriller psicológico en uno sociológico, un relato que va más allá de lo que creemos estar viendo: “Acepté el proyecto porque me parecía cine de suspense clásico, el referente más claro es Hitchcock, y eso no lo había hecho antes. Explorar es un reto y vi que podía aportar esa vuelta más que el público entenderá cuando la vea”.
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