Por Giorgio Viaro
Estreno en España: 19 de mayo
Las ocho montañas, escrita por Paolo Cognetti, ganadora del Premio Strega en 2017, es una canción de amor a las alturas, a los bosques, a los arroyos y al aire puro. Narra la amistad entre Pietro (Luca Marinelli) y Bruno (Alessandro Borgui), que se conocieron de niños en la montaña y se reencuentran de adultos, iguales y diferentes, para construir juntos una pequeña cabaña alpina sobre las ruinas de un refugio que el padre de Pietro le dejó en herencia. Un proyecto que renovará su relación, a la vez que orientará su futuro. La novela de Cognetti, bestseller italiano, da ahora el salto a la gran pantalla bajo la batuta del matrimonio en la vida real formado por Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch; él vuelve a Europa después de dirigir Beautiful Boy (2018), ella se estrena en la dirección; colaboraron en Alabama Monroe (2012), pero esta es la primera vez que escriben y dirigen juntos.
Ganadora del Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, la película es un canto a la amistad delante y detrás de la pantalla. Borghi y Marinelli, dos nuevas estrellas del cine italiano (e incluso europeo), por sus papeles en títulos como Suburra y Martin Eden, respectivamente, se conocieron siete años atrás rodando No seas malo (2015), Las ocho montañas supuso su reencuentro en el set, en una experiencia muy intensa que compartieron con los directores y con el propio Cognetti.
¿Cuál era vuestra relación con la montaña antes de esta película?
Alessandro Borghi: Empecé a acercarme a la montaña hace tres años. Estaba aburrido de acabar cada verano apelotonado en la playa, así que decidí cambiar. Y me enamoré. Ahora he hallado la forma perfecta de disfrutar de las montañas, casi meditativa. Me gusta que me permite practicar muchos deportes; y, gracias a la película, cerré un ciclo para empezar otro. Puse punto final a un enamoramiento por la montaña más turístico e inicié un camino diferente, fomentado, en parte, por la gente con la que hemos trabajado. He aprendido a ordeñar vacas, a hacer queso, a vivir el pasto alpino. Ahora veo las cosas desde otro punto de vista, más terrenal. Así que ya puedo decir sin tapujos que mi enamoramiento es total y oficial.
Luca Marinelli: Yo también me declaro oficialmente enamorado de las montañas. Pero mi romance se parece más al que vive Pietro porque parte de mi familia viene de un pueblecito de montaña, de una aldea a 900 metros de altitud. Así que amaba y conocía a la perfección ese entorno, aunque es muy diferente a la que muestra el filme. En el rodaje lo vivimos de una manera total, pasamos de 1.500 a 3.500 metros… Y las escenas del glaciar las rodamos a 4.000 metros. Andamos muchísimo con Paolo [Cognetti], fue nuestro primer maestro de montaña. Luego fuimos conociendo a otros, la mayoría amigos suyos.
¿Qué aportó Paolo a la película?
Borghi: Paolo estuvo con nosotros en todo momento, sin molestar y demostrando una gran sensibilidad. Su buen carácter se nota en gestos, como no hacernos sentir la presión de tener que incluir algo de lo que había plasmado en el libro. Él, perfectamente, podría haber dicho: “Mira, cuando escribí esto estaba pensando en esto”, pero nunca lo hizo. Más bien fuimos nosotros quienes alguna vez se lo preguntamos. En cambio, desde un punto de vista práctico, intentó matarme [risas]… Solía llevarme a dar paseos de locos. Me decía: “Esto no es nada, un paseíto de una hora…”. Y acababan convirtiéndose en seis horas, llegando a los 3.500 metros. Pero así también me ayudó a descubrir una forma diferente de vivir la montaña. Es, sin duda, un gran maestro del montañismo solitario. Y, además, es un ser humano especial, alguien que tiene mucho cuidado con las palabras que utiliza y que las emplea de una manera poco común.
Marinelli: Sí, pasamos meses con él. Les pregunté a Felix y Charlotte si podíamos reunirnos con él y tener algo de tiempo para prepararnos antes del rodaje, es una fase del trabajo que me gusta mucho. Piensa que, para No seas malo, me mudé a Ostia. Al principio, tenía reparo en molestarle, pero luego se convirtió en nuestro profesor y acabamos haciéndonos amigos.
¿Fue complicado rodar siguiendo el ritmo de la montaña?
Borghi: La montaña manda, así que, desde el punto de vista de la producción, fue un gran reto. Y ha sido una película más larga de rodar de lo normal, en total estuvimos cinco meses. Empezamos en mayo y terminamos en diciembre, con descansos intermedios; y Luca entretanto se fue a Nepal, con un equipo reducido y en plena pandemia. Lo más complicado fue el invierno. Desgraciadamente, con la situación de cambio climático en la que estamos inmersos, las cosas nunca cuadraban. Cuando necesitábamos nieve, no había; cuando no la necesitábamos, había un poco… En verano, en cambio, la cosa fue más regular. Y, por otro lado, me resulta divertido pensar que llegábamos al plató por todos los medios imaginables: en moto de nieve, en furgoneta, en helicóptero, a pie… Dependiendo de cómo estuviera la situación cuando nos despertábamos, hacíamos una cosa u otra. Una noche estuvimos a punto de quedarnos atrapados en el set porque cayó una gran nevada y no se podía volver.
¿Y cómo fue en Nepal, Luca?
Marinelli: Fue algo loco. Y un gran regalo. A los lugares que se ven en la película, llegábamos a pie. Estuvimos una semana en Katmandú y luego caminamos 15 días por las montañas. Fuimos de Katmandú hasta un pueblo a 4.300 metros, donde encontramos campos cultivados con arados tirados por yaks, algo que realmente no esperaba a esa altura: en Italia, a 4.000 metros, tenemos glaciares. Había días en los que simplemente caminábamos, incluso 10 horas, para llegar a la siguiente etapa, donde luego teníamos que aclimatarnos, porque el cuerpo tiene que acostumbrarse. Recuerdo momentos en los que sentí mucho la altitud, es poderosa. Tenemos que volver allí juntos [le dice a Alessandro Borghi], eso es lo siguiente que haremos juntos.
¿Cómo fueron Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch como directores?
Borghi: Tras ver Alabama Monroe me pareció increíble que fuera a rodar con ellos. Tenía curiosidad por ver si su enfoque sería similar, incluso en términos de lenguaje. Y, en cambio, lo increíble es que, si ves todas las películas de Felix, cada una parece de un director diferente. La métrica, la narración, el uso de la cámara… La elección del formato aquí, 4:3, es increíble. Su idea era no mostrar todo cuanto hubiera cabido en un formato mayor, de modo que los espectadores tendrían que imaginar el resto del encuadre. Me parecen dos directores con un talento inmenso y dos seres humanos muy especiales; de hecho, no puedo imaginarme que esta película la hicieran otros.
Marinelli: Los dos se enamoraron profundamente de esta historia. Tuvieron mucho valor para decir: “Queremos contar esta historia y queremos contarla donde fue escrita”. Y luego venir aquí, aprender muy bien el italiano en pocos meses… Hablaba con ellos en italiano en el rodaje porque sabía que lo entendían muy bien.
¿Podéis resumir esta experiencia tan particular en un único recuerdo?
Borghi: La verdad es que tengo muchos recuerdos increíbles, pero para no caer en los tópicos… Te diré que los almuerzos, que eran los clásicos con tu bandeja y en mesas blancas de plástico. En un momento dado, los primeros días, hice una foto de lo que Luca y yo veíamos frente a nosotros: bandejas, mesas de plástico y… el infinito. Esa sensación de que éramos muy pequeño; y que aún quedaba tanto por hacer, tanto tiempo para vivir en ese lugar… Y eso me llenaba de alegría. Normalmente, cuando se acaba el rodaje, sientes que has llegado al final de un viaje, aquí no me pasó, habría estado rodando otros nueve meses.
Marinelli: Un recuerdo, vinculado a nuestra amistad, fue cuando vi por primera vez a Alessandro sentado en maquillaje. Volver a trabajar juntos fue muy emotivo. Además, recuerdo un momento en Nepal en el que me pidieron que mostrara la felicidad del personaje, así que pensé en todo el camino recorrido hasta esa escena, y me emocioné mucho. Esa imagen, esas montañas, el pájaro sobrevolándolas, nunca lo olvidaré. “Mira dónde hemos llegado todos juntos”, me dije.
Fotos: Elisabetta A. Villa y Thomas Niedermueller (Getty Images)